14 de febrero, 1936

 

Lamentablemente, la magia partido político y masas se ha roto, y no ahora sino desde hace más de dos décadas. Al parecer, la dirigencia se acostumbró a los pasillos y los entornos palaciegos olvidando lo que es conectarse con la calle. Este es un buen momento para cambiar eso

Hace 82 años nació la democracia en Venezuela, según Manuel Caballero. En su libro Rómulo Betancourt, político de nación (2004) escribe: “Lo que nació el 14 de febrero no fueron los partidos políticos, ni la libertad de prensa ni la libertad de asociación y manifestación. Lo que afloró ese día fue la mentalidad democrática de la población”. Y continúa: “la voluntad de vivir en democracia no es cosa de élites culturales ni de dirigencias políticas, sino un imperativo nacional. Y esa nacionalización de la democracia comenzó a desarrollarse, por arte de calle, el 14 de febrero de 1936”.

La expresión “por arte de calle” tiene una importancia central en su planteamiento, y para la democracia en general. No puede haber un sistema democrático sin participación, no solo electoral sino civil. La “calle” es el lugar por excelencia en el que se hace la política, es el ágora moderna, desde donde se construyen lazos entre quienes integran la sociedad. No puede haber democracia sin política, y esta no puede existir sin la participación desde todos los espacios. El gran logro de los regímenes totalitarios, como sistemas antagónicos a las democracias, es precisamente abolir la calle como espacio político.

Venezuela hoy se quedó sin la calle, pero no está como espacio de violencia donde unos pocos monopolizan la lucha entre gritos, piedras y fusiles. Lamentablemente, la magia partido político y masas se ha roto, y no ahora sino desde hace más de dos décadas. De hecho, si bien los primeros años del siglo XXI venezolano fueron testigos del renacimiento de una conexión genuina entre el pueblo y un líder político, esto no se tradujo en un vínculo permanente con una idea representada en algún partido político. Lo que ocurrió es lo mismo que ha ocurrido por muchos años sin importar el tinte partidista, se generó una relación clientelar entre la gente y sus dirigentes.

Las consecuencias de lo anterior es que la espontaneidad y el compromiso ya no están presentes en la arena política, el rentismo carcomió cualquier relación para reducirla a algunos que piden para hacer cualquier cosa y otros que dan. Paradójicamente, cuando esa espontaneidad se ha asomado en los últimos años se ha encontrado sin líderes que la encaucen por vías políticas, encallando esos impulsos en violencia o frustraciones. Al parecer, la dirigencia se acostumbró a los pasillos y los entornos palaciegos olvidando lo que es conectarse con la calle. Este es un buen momento para cambiar eso.

 

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