sábado, noviembre 23, 2024
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De guacamayas y sociedad civil

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Esta semana el mundo del Twitter en Venezuela fue testigo de una confrontación en torno a un tema aparentemente trivial: las guacamayas. Mucho del debate giró en torno a una crítica que hizo una bióloga a un “influencer”, quien al parecer tiene algunos de estos animales en su residencia. El señalamiento puso en perspectiva varias aristas, desde la tenencia de especies animales salvajes como animales domésticos hasta el ataque colectivo hacia la bióloga, e incluso amenazas de demandas legales. En todo ese contexto hay importantes señales del contexto social en Venezuela (al menos en Twitter), y que pueden servir de lecciones o alertas de la situación en la que se encuentra el tejido social en el país.

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Para comprender lo anterior hay que partir del hecho que no existe una única concepción de ciudadanía. Existe la perspectiva republicana, muy próxima a la idea griega en la que los asuntos públicos se dirimían en el “ágora”, en una especie de diálogo/debate ideal. La otra perspectiva es la liberal, en la que las interacciones de los individuos son reguladas por un tercero (el Leviatán), de tal manera que puedan dedicarse a sus asuntos privados, sabiéndose protegidos por la ley. Por último, está la concepción comunitarista, la cual parte de una concepción apolítica del individuo en tanto que se relaciona con los demás desde una aproximación moral, y por lo tanto no instrumental.

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¿Qué quedó evidenciado con el caso de las guacamayas? En primer lugar, que ante una crítica hacia un miembro de una comunidad, de hecho, pudiera decirse a un “líder” de esa comunidad, automáticamente se generaron apoyos. Esto es, ante la lógica jurídica y argumentos con base científica los miembros de la comunidad optaron por apelar a la solidaridad de grupo, la racionalidad pasó así a un segundo plano. A partir de ese punto ya cualquier intento de devolver las aguas a su cauce fue insuficiente, una vez que la irracionalidad se apodera de las masas es muy difícil regularla. Robespierre pudiera dar cuenta de esta afirmación, habiendo sido víctima de la violencia que él mismo propició.

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Otro elemento interesante del caso de las guacamayas es que la bióloga, sintiéndose agredida, optó por apelar al Estado. Esta acción parte de una visión civil de corte liberal, es decir, que antes una situación de indefensión se recurre al Leviatán para que haga cumplir los acuerdos sociales, es decir la ley. Ahora, en el caso de Venezuela, en el que durante la misma semana miembros de los cuerpos de seguridad se enfrentaron a golpes y gritos en medio de la vía pública, es fácil suponer que el Estado no cuenta con las capacidades necesarias para intervenir como árbitro, ni desde el punto de vista del equilibrio jurídico ni con las acciones acordes a la magnitud del caso (“Para mis amigos todo, para mis enemigos la Ley”).

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En el contexto descrito el caso de las guacamayas es una alerta clara de la incapacidad a la que ha llegado la sociedad venezolana de dirimir sus diferencias en términos pacíficos e, incluso, constructivos. De hecho, si un caso aparentemente no prioritario dado el nivel de deterioro del país logró crear facciones, con expresiones de odio y todos sus demás elementos, no es difícil imaginar cómo otros temas pueden llevar a niveles mayores de violencia. Ante una Estado incapaz de proveer justicia de manera equilibrada, y mucho menos seguridad, la incapacidad de la sociedad civil de entenderse, lograr acuerdos y generar acciones colectivas es una señal que debe encender las alarmas.

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En Venezuela hoy se habla de la imperiosa necesidad de democratización. Sin embargo, una democracia sin una sociedad civil fuerte no es sostenible. Todos los esfuerzos por generar una transición hacia la democracia, por reorientar al país hacia el progreso, se pueden perder si se construyen sobre bases civiles débiles. De hecho, lo que sería una fase de democratización pudiera terminar convirtiéndose en un retroceso democrático más profundo o, incluso, en un Estado fallido y todas sus implicaciones de violencia civil. Para bien o para mal que lo anterior no ocurra depende de los propios ciudadanos, y para ello lo primero es cobrar conciencia que eventos como el de las guacamayas no deberían ocurrir.

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