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Lo consiguieron a las afueras de Maiquetía. Ninguno sabía de dónde había salido. Pero era un premio inigualable. Una lucha intestina contra el imperio. Un deseo infalible de compartir la miseria. No puede ser de un solo lado. La igualdad es la consigna y no hay esmero más verdadero que hacernos a todos menguados.
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Fue mostrado como una recompensa de caza. Pero, sobre todo, como un objeto de la confusión y del empecinamiento de crear zozobra y pesadumbre nacional. “Es el zapato de Guaidó”, bramó una mujer con voz gangosa, acompañada por unos partidarios impertinentes, faltos de lenguaje propio e inmersos en su propia incapacidad para entender el valor del país. Una apuesta por sus intereses escasos, posiblemente.
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Pero el calzado no era del presidente interino. Se supo casi de inmediato, entre informaciones dispersas y el hálito de hecatombe que trataron de impregnar los enviados violentos de Maduro.
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Era de uno de los periodistas que intentaron cubrir la llegada de Guaidó, tras un fructífero periplo internacional de tres semanas. Un reportero de tomo y lomo, con las agallas inmensas y capaz de no dejarse mancillar por una panda de facinerosos. Lo golpearon brutalmente. Además de los zapatos, le arrebataron los anteojos y el micrófono, pero no sus ganas tremendas de cumplir con el deber de la profesión y la meta providencial de lograr la libertad.
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Se sabía que el arribo de Guaidó al país no sería un momento convencional. Alrededor de las 5.00 de la tarde pisó suelo venezolano. El Aeropuerto Internacional “Simón Bolívar” era objeto del estupor. Para el régimen no era conveniente enviar a sus fuerzas represivas formales. Debía crear incomodidad y violencia. Hechos sucesivos para demostrar quién tiene el poder. Que se mostrase a un pueblo en contra del nuevo líder. Qué mejor que sus colectivos de siempre y las milicias de los barrios, miembros del partido de gobierno.
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La violencia hacía estragos en el terminal aéreo. Todo estaba planificado. Trataron de impedir la labor comunicacional. Agresiones tremendas contra la prensa nacional y los corresponsales fue parte del plato del día. También los diputados opositores recibieron su tanda de porrazos. Los colectivos festejaban su fiesta indecorosa.
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El ingreso del mandatario encargado estuvo colmado de contratiempos. Mientras un funcionario en el aeropuerto le tomaba sus datos en la zona de desembarco, una mujer se le acercó con malos modos, increpándolo, altisonante, soez y poco curtida. Vestía con una camiseta roja, exteriorizando una gesticulación ofensiva. Le gritó: “traidor a la patria”.
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Lo allanó de insultos y descalificaciones. Lo roció con refresco. Fue un momento agrio y fuera de contexto. Toda una pieza teatral montada por la dictadura. Una puesta en escena llena de atropellos. El espectáculo predecible para escamotear el equipaje de logros.
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Dicen que la mujer es coordinadora política de la aerolínea Conviasa. Que fue escoltada previamente por un alto funcionario de seguridad de Maiquetía, para montar esta función de matiné encabritada. Lo siguió hasta donde más pudo. Pero poco afectó a Guaidó, quien mostró una sonrisa sardónica, casi sin inmutarse. “Soy un patriota luchador y vamos a salir adelante. Sé que este show estaba preparado”, le respondió sin vacilar, mientras recibía los vítores de los presentes.
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El humor se le descompuso cuando supo que fue secuestrado su tío por parte de la dictadura. Resulta casi imposible que toquen a Juan Guaidó. Perderían el pellejo en el intento. Pero se ha hecho costumbre el perjudicar a sus cercanos.
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Cabello le achaca al familiar de Guaidó de llevar substancias prohibidas en el vuelo y explosivos C4. La misma parafernalia de siempre. Los protocolos de seguridad aérea de Portugal impiden transportar explosivos. Pero la mentira es un ribete fácil de amoldar.
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En esta batalla por la libertad se arriesga todo. Es la lucha crucial por alcanzar la paz anhelada. Es fácil la apuesta y difícil el cometido. Por eso no entiendo que existan todavía muchos incrédulos en Venezuela. Sus tablas de salvación siguen siendo descalificar los intentos. Se ha ganado mucho con una agenda internacional que se cumplió sin desmayos. Ahora vienen nuevos retos, duros de superar, pero con visos de un compromiso inmenso por lograrlos.
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No disminuirá este esfuerzo de voluntad. Percibo a un Guaidó agigantado. Sus palabras al llegar, de que Venezuela será libre, por la vía o el mecanismo que sea, es una promesa que debe defenderse de forma acompasa, acompañada por nuestros propios propósitos. Convenir todos por entender quiénes son nuestros enemigos. Sortearemos días complicados, pero aferrados a la esperanza de un mejor futuro. No dudo que exista un plan, más allá de las propias sanciones. Pero seguirá resguardado en el baúl de los secretos estratégicos.
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