Maracaibo cumple 496 años de fundación este lunes 8 de septiembre. Y no lo hace en silencio, sino con el eco del Lago que refleja no solo el cielo, sino el alma de su gente.
El marabino es testigo de la felicidad que se desborda por las calles, del verbo cantado, del saludo que no se improvisa.
“La Tierra del Sol Amada” nació en 1529, cuando Ambrosio Alfínger la llamó Nueva Núremberg. Pero Maracaibo no aceptó ese nombre ni ese destino. Se refundó en 1574 y desde entonces decidió ser ella misma: cálida e indomable, como si de un corazón que late al ritmo de la gaita se tratase.
Sus amaneceres no son simples paisajes: son promesas. Sus atardeceres no se ven, se sienten. Pasar el Puente sobre el Lago no es cruzar una estructura: es atravesar la historia de una alegría tan grande que puede nublar la mente.
Visitar el Teatro Baralt es entrar en la memoria, y compartir un amanecer gaitero con la Chinita es tocar el alma de un pueblo que canta incluso cuando calla.
Maracaibo no se mide en años, sino en la belleza que tiene para ofrecer. Se ve en el sabor del cepillado, la panela con limón, la chicha, la mandoca, el patacón o los pastelitos que no tienen competencia, en la espectacular brisa de La Vereda del Lago que no se encuentra en ningún otro rincón del país.
Porque esta ciudad no compite: inspira. No necesita presumirse para deslumbrar. Y en sus 496 años, Maracaibo sigue demostrando por qué somos la pepa del queso.
Y como dicen los vecinos, “Maracaibo es Maracaibo y lo demás es monte y culebra”.
En forma de homenaje, el Diario La Verdad obtuvo un registro fotográfico de José Díaz y José “Cheo” Nava en el que se da a conocer la majestuosidad que ofrece nuestra tierra.
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