La muerte política

Ninguna de las nulidades engreídas en el poder, tiene autoridad moral ni estatura política para enfrentar un juicio que seguramente los llevará a su tumba política

“No sé, pero hay algo que explicar no puedo, que al par nos infunde repugnancia y miedo, al dejar tan tristes, tan solos los muertos.” Gustavo A. Bécquer

Si tomamos como válida la definición de “poder” que nos trae de inicio Moisés Naim en su libro El fin del poder, podemos deducir que este régimen ya lo perdió. Aunque él se refiere al poder como propósito, a mi me interesa su definición como “la capacidad de dirigir o impedir las acciones actuales o futuras de otros grupos o individuos”, y desde esa perspectiva, es obvio que desde el 6-D de 2015, el régimen dirige tramposamente al Estado pero no a sus ciudadanos. El 1 de septiembre de este año, el desmoronamiento de ese poder quedó refrendado en las calles de Caracas y otras ciudades del interior y del exterior.

La rebelión de Villa Rosa, evento más cercano, puso en evidencia que los canales a través de los cuales se expresa el poder quedaron anulados: ni la fuerza, ni los códigos, ni el mensaje, ni la recompensa, surtieron su efecto. Villa Rosa fue una muestra del desespero y del hastío de un pueblo. Al régimen solo le queda el reconocimiento de su autoridad formal de dudosa procedencia, es decir, la autoridad que le da el cargo usurpado fraudulentamente en connivencia con otros poderes igualmente espurios. Sin embargo, el pueblo apela al mecanismo constitucional del revocatorio para echarlos del Gobierno y eliminar así cualquier posibilidad de victimización histórica de quienes acabaron con la felicidad y dinamitaron el progreso de una nación.

Ya el régimen no tiene ninguna posibilidad de que el pueblo adopte una conducta distinta a la que decidió: enfrentarlo y rescatar la democracia y la libertad que le es consustancial. Se acabaron las manipulaciones y se perdió el miedo a las demostraciones de fuerza y arbitrariedades jurídicas. El régimen está en período de preaviso y no quiere reconocerlo. Todavía tienen una mínima oportunidad de que el juicio de los hombres no sea tan severo, porque el de la historia y el de Dios ya lo es. Ninguna de las nulidades engreídas en el poder, tiene autoridad moral ni estatura política, para enfrentar un juicio que seguramente los llevará a su tumba política.

Hoy los cancerberos del régimen lucen como los náufragos políticos a los que se refiriera Carlos Andrés: “con rostros de derrotados o frustrados que regresan como fantasmas o como espectros, predicando promesas mágicas de resurrección.” Ya no hay fuerza posible, ni mensaje que llegue al corazón del pueblo que permita cambiar su firme determinación de cambio. 

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