viernes, enero 31, 2025
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Vivir en el desamparo

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El anciano enfermo pasa sus du00edas acostado a merced de que su enfermedad se complique por la malas condiciones en las que viven y que tambiu00e9n afecta su madre. (Foto: Alejandro Paredes)

La familia Worm pasa sus días en medio de la tristeza. Dos pensiones deben cubrir las necesidades de seis personas. La necesidad abruma a los desamparados. Aguas putrefactas, moscas y enfermedades son un complemento desastroso

La reja de la casa es pequeña, al igual que sus esperanzas. Tanto la familia Worm como sus vecinos, viven en el sector El Tránsito, calle 97C, al borde de la cañada Morillo. Al llegar, una vía repleta de escombros y arena dan la bienvenida la vivienda. Seis personas ocupan la casa. Entre ellas “mami” de 90 años, quien sufre de Alzhéimer y gastritis crónica. Mientras que Rafael, su hijo de 70, es invidente producto del glaucoma. 

Dentro de la vivienda las moscas, los zancudos y un olor fétido, por las aguas negras, acompañan a los residentes. Ana Worm, de 64 años, cuida a su madre y a su hermano. Aunque ella tenga un fuerte dolor en uno de sus pies y necesite de un bastón para poder salir, debe prestar atención en todo momento a su progenitora, quien yace acurrucada en su cama, por el efecto de las medicinas, al tiempo que su otro pariente permanece inmóvil en una silla de extensión.

Ana explica que su mamá: “Cayó en cama” hace 17 años por el Alzhéimer y que nunca más logró reconocerlos. “No podemos dejarla sola ni siquiera puede caminar. Toma pastillas para dormir y para las convulsiones porque se nos ponía mal”. Aunque señala que les quedan unas pastillas, en algunas oportunidades les faltan y eso ocasionan los ataques. “Me pongo mal, no es solo la muerte sino el sufrimiento de vernos así”.

Ella manifiesta que está pensionada, pero solo puede destinar 10 mil bolívares para comida en todo el mes; el resto se va en medicinas. “En la casa comemos dos veces al día, sea pan con mantequilla o plátano con huevo. Carnes casi nunca. Hay días en los que solo podemos comer algo en la noche. Mamá tiene una gastritis crónica y debe tener una dieta especial que incluye pollo, puré y leche. En diciembre compré por última vez un kilo y me costó 12 mil bolívares”. Cuando habla sobre las ayudas gubernamentales que nunca llegaron, los insectos acompañan sus palabras. 

Rosa Worm, una de sus hermanas, comenta que el cuadro es crítico y desalentador. “Lo que más comemos es pan porque llena y a mamá le tratamos de resolver. Plancho y hago mandados, pero tenemos demasiadas necesidades. Estoy deprimida”.

Desalentador

Rosa, dice que a pesar de que su hermano, quien antes vendía periódicos, esté ciego aún puede escuchar y percibir la grave situación. “Él está mal, se da golpes contra las paredes de saber que estamos así”. Cualquier movimiento a la familia le sale caro, la atención médica desapareció al tener que trasladarse a los centros de salud solamente en taxi.

Las lluvias son el drama para toda la comunidad. “Cuando llueve la cañada se desborda, el agua se mete a la casa. El año pasado tuvimos que amarrar con una silla a mami en la reja del frente porque se la llevaba la corriente. La casa está pelada, porque hemos perdido casi todo. No solo es la cañada, las lluvias también tapan las cloacas y las aguas negras se meten”, dicen las hermanas.

El silencio reina en el hogar que a fuerza de trabajo pudieron levantar. La diarrea, el vomito, la fiebre y hasta el dengue hace de las suyas. La familia anhela una pensión y una ayuda para su madre. Esperan que, algún día, las aguas negras y las tristezas se escurran por la cañada como ocurre hoy con sus vidas.

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