La mentira se convierte en una droga capaz de facilitar y en muchos casos mejorar nuestra vida. Todo se reduce a la reputación de una persona o a cómo quiere ser visto por los demás. Como decía Aldous Huxley, autor de Un mundo feliz, “Una verdad sin interés puede ser eclipsada por una falsedad emocionante”
El ser humano es el único animal capaz de engañarse a sí mismo. La mentira es una reacción natural que se adquiere a edades muy tempranas. Es un acto que aprendemos de nuestros padres, dos personas que sin quererlo serán nuestros maestros en la mentira. Este juego comienza cuando al niño se le enseña a ser cortés y educado, lo que en la mayoría de las ocasiones supone engañar a otro para no herirlo.
Se nos adoctrina para agradecer ese regalo no ansiado, o para desear los buenos días, cuando en realidad no lo sentimos. Sin embargo, nuestros padres con una hipocresía inconsciente, intentarán hacernos abandonar este mal visto hábito mediante castigos, sin darse cuenta de que ellos son los auténticos protagonistas de esa partida.
Todos vemos la vida de manera distinta. Nadie percibe la realidad tal y como es. Contamos con distintos filtros que nos permiten seleccionar y dotar de mayor o menor importancia la información que nos llega de nuestro entorno. Es aquí donde reside la clave para entender el autoengaño. Muchas veces mentimos porque no nos damos cuenta de que lo hacemos. Pero otras veces nos intentamos engañar por pereza. Es el famoso mejor lo hago mañana, que todos hemos dicho alguna vez.
Sin embargo, en la mayoría de los casos, se miente porque mentir es sencillo. La mentira se convierte en una droga capaz de facilitar y en muchos casos mejorar nuestra vida. Todo se reduce a la reputación de una persona o a cómo quiere ser visto por los demás. Como decía Aldous Huxley, autor de Un mundo feliz, “Una verdad sin interés puede ser eclipsada por una falsedad emocionante”.
En un estudio que llevó a cabo la Universidad de Santa Bárbara sobre “las mentiras de nuestra vida diaria”, al preguntar a sus integrantes sus sensaciones al mentir, un pequeño porcentaje admitió sentirse perseguido por la culpa, mientras que la mayoría confesó que cuando se dio cuenta de que el embuste le había salido bien, lo hizo una y otra vez.
Mentimos por distintas razones. Las más habituales son para evitar causar daños a terceros, o para conseguir algo que anhelamos. Por tanto no puede decirse que el engaño sea algo malo, pero tampoco bueno, ya que como reconoce el escritor Milan Kundera, sobre los colaboradores de regímenes opresivos, incapaces de observar la manipulación a la que estaban sometidos, “delante había una mentira comprensible, y detrás, una verdad incomprensible”.