Remedo de sociedad

 

De aquella Venezuela que yo conocí y en la que crecí, solo queda una mueca, un triste remedo. Se han invertido los valores fundamentales, se perdió el deseo de superación por propio esfuerzo

“Los hombres son criaturas muy raras: la mitad censura lo que practica; la otra mitad practica lo que censura; el resto siempre dice y hace lo que debe”. Benjamín Franklin

Diera la impresión que en 20 años, casi un cuarto de siglo, aún no estuviera sucediendo nada que remueva los cimientos de la sociedad en búsqueda de un avance cierto en términos de progreso. Pareciera más bien, que ya nos olvidamos de cómo era nuestra forma de vida antes de estos últimos años marcados por la progresiva desgracia nacional.

Si bien es cierto que en estos últimos 20 años han nacido muchísimos nuevos venezolanos a los que no se les puede endilgar falta de memoria, pues creo que una grandísima mayoría tenemos conciencia de lo que fueron los últimos años de democracia venezolana.

Vengo de una familia humilde, crecí en la populosa parroquia de Caracas, estudié siempre en colegios públicos, y mi grado universitario lo conseguí con mi sacrificio y esfuerzo personal; es decir, no soy un burgués. Pero no me asaltan recuerdos de mis padres ni de ningún otro venezolano haciendo colas para comprar alimentos, ni practicado aquella trillada leyenda urbana socialista de que los pobres comían perrarina porque no podían comprar carne. La perrarina era, es y será siempre más cara que la carne.

Jamás escuche a ningún adulto lamentarse porque no conseguía un medicamento para su hijo enfermo, se iba a la farmacia de la esquina y punto. Las compras diarias se hacían en la bodega del barrio y la carne y el pollo se le compraban al carnicero español de la cuadra. Hace ocho años atrás, momento para el cual el actual padecer ya mostraba sus colmillos, aún mi sueldo como profesional ascendía a 6,5 salarios mínimos, hoy solo alcanza a un salario mínimo y poco más es decir, medio cartón de huevos.

Las culpas de las que hacen acreedora a la cuarta república y las comparaciones tremendistas que de la misma se hacen por parte de quienes ejercen el poder para escurrir el bulto de las responsabilidades por este despropósito en que vive nuestro país, no son más que un telón rojo desplegado para esconder las tropelías y felonías que se han perpetrado en contra de una sociedad que poco a poco se ha vuelto genuflexa y conformista hasta el cansancio.

El tejido social venezolano se ha perdido, se ha desmoronado, sencillamente no existe. De aquella Venezuela que yo conocí y en la que crecí, solo queda una mueca, un triste remedo. Se han invertido los valores fundamentales, se perdió el deseo de superación por propio esfuerzo y el “cuanto hay pa’ eso”. 

Creo que en Venezuela, debemos revisarnos todos, porque si queremos un cambio en nuestras condiciones de vida, pues definitivamente debemos empezar por plantearnos el cambio desde nosotros mismos.

 

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