Cuestión de costumbre

Todo el mundo despotrica de la situación, suelta improperios contra el Gobierno actual, hace saber su descontento por la escasez, por el mísero sueldo que no alcanza y se llega casi al borde del llanto por esa medicina que no se consigue

Las diminutas cadenas de los hábitos son generalmente demasiado delgadas para sentirlas, hasta que llegan a ser demasiado fuertes para romperlas”. Samuel Johnson

Es increíble que después de 20 años de un gobierno que no solo se ha dado a la tarea de desgobernar al país, sino que ha hecho sus mejores esfuerzos por destruirlo todo, la sociedad venezolana aún hoy se encuentre sumida en una especie de marasmo que la mantiene paralizada frente a una crisis inobjetable que no da ni el más mínimo indicio de remitir, más bien pareciera arreciar día con día.

Por donde quiera que uno vaya, camina, conversa, escucha, la queja se hace generalizada. Todo el mundo despotrica de la situación, suelta improperios contra el Gobierno actual, hace saber su descontento por la escasez, por el mísero sueldo que no alcanza y se llega casi al borde del llanto por esa medicina que no se consigue o si se consigue no se puede comprar por el altísimo costo que representa la salud en “un país en revolución”.

Pero al tiempo que se esgrime la queja plañidera, pareciera que el vivir mal, el haber perdido el poder adquisitivo, la imposibilidad de adquirir una vivienda propia o de comprar un carro, amén de que muchos hemos perdido kilos y sonrisa por esta tremenda situación que estamos padeciendo, todo esto se ha venido haciendo cuestión de costumbre para poder supervivir.

Soportamos con un estoicismo a toda prueba toda clase de abusos por parte de transportistas, comerciantes y hasta de la nueva industria surgida en el país producto de los años de revolución, “los bachaqueros” que fijan los precios de todos los productos de acuerdo a su ánimo del día o de la cotización de un dólar paralelo que es más bien perpendicular a nuestra salud mental.

¿Cuándo los venezolanos nos convertimos en seres resignados a vivir en una constante pesadilla y aun caos que pareciera no tener fin? No lo sé. No tengo respuesta para ello, porque sencillamente por más que uno se rebele pareciera ser que la cosa no tiene vuelta lógica y que termina uno envuelto en esa especie de apatía que está haciendo que los venezolanos arrastremos los pies hacia ese abismo desconocido que representa el fin de nuestra nación.Es difícil dar un mensaje esperanzador cuando la gente pierde la confianza, se deja vencer por la apatía y el desgano, y olvidando sus deberes morales y ciudadanos decide sentarse en las puertas de sus casas a ver como otros deciden por ellos. No hacer nada es verdaderamente convalidar lo que está pasando y lo que es peor, permitir que continúe.

 

 

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