“Se quiere imponer un modelo de vida extraído de los viejos folletos, sin reparar en el tiempo transcurrido, las nuevas realidades planetarias y las características de nuestra nación.”
Presumo que el inaudito, pero real y evidente desacuerdo entre los “líderes” de la oposición no permite tomar la decisión fundamental, crucial, de nombrar una junta de transición en quien confiar, para que asuma el compromiso de gobernar al país en un período turbulento, mientras se organiza un proceso electoral cuyos resultados deberían contribuir a reconstruir todas las instituciones fundamentales del Estado, hoy destruidas y concentradas en manos de un grupo de pillos marcados y sancionados internacionalmente.
Quienes hemos transitado por el mundo de la política venezolana sabemos que no es fácil poner de acuerdo tantos intereses grupales, ni tantos temperamentos y ambiciones personales; pero, hay ciertos momentos en la vida de un país que exigen y obligan a llegar a acuerdos para salvarlo.
Se requiere la visión de estadistas que se empinen por encima de las dificultades y de las cabezas de los pigmeos de la política porque saben que los sacrificios del presente reditúan en un futuro y que el inmediatismo no permite la búsqueda de soluciones apropiadas y oportunas, y en nuestro caso mucho menos, porque es necesario fijarse etapas para salir de esta tormentosa situación. La transición, la estabilización y la consolidación política, económica y social son tareas que exigen el esfuerzo de todos, y ahora más que nunca, si tomamos en cuenta las consecuencias del insospechado fenómeno de la diáspora del talento nacional.
Como lo he dicho en ocasiones anteriores, se requiere de la unidad política que trascienda, que interprete los signos de los tiempos para pasar de la patria mítica de la cual nos habla Ana Teresa Torres, hoy en escombros y maltrecha, a la patria posible y soñada por los venezolanos, que deje en el pasado a los rencorosos y resentidos para insertarnos en una verdadera revolución de la riqueza.
Contamos con una visión de país como la expresada en la Constitución vigente y programas de gobiernos compatibles, diseñados y dirigidos a satisfacer las necesidades más sentidas y siempre postergadas de las mayorías menos favorecidas del país en el corto y mediano plazo. Su aplicación nos permitirá remover las deficiencias y vicios estructurales de la gestión pública.
Necesitamos dar ese paso necesario asistidos y soportados además por la revolución del conocimiento. Necesitamos poner en práctica los principios que animan a toda democracia: la tolerancia a valores muchas veces incompatibles y el respeto a creencias muchas veces contradictorias, porque la verdad, como dijera José Ingenieros, hay que saberla amar y sentir; Las nociones mal digeridas sólo sirven para atorar el entendimiento.
La gente aspira a participar y espera un liderazgo con una oferta superior a la del paternalismo de Estado que vulnera su dignidad y que lo hace cada vez más dependiente de quienes detentan el poder.