Para establecer un proceso dialéctico impera la necesidad de diálogo, luego es la razón humana caracterizada con el uso del verbo, que debe existir entre las partes y ser antes que hegemónico heterogéneo. En política la dialéctica sólo surte efecto en una genuina democracia
La dialéctica es un instrumento de la lógica donde se catalizan los avatares con soluciones eficaces, por ende objetivas. En ella el sofisma es detectado por efecto del planteamiento de la razón. Vale decir, el discurso y la retórica contemplan un deslinde con la falacia y la demagogia. En otras palabras, a la dialéctica le repugnan la mentira y las promesas incumplibles.
Para establecer un proceso dialéctico impera la necesidad de diálogo, luego es la razón humana caracterizada con el uso del verbo, que debe existir entre las partes y ser antes que hegemónico heterogéneo. En política la dialéctica sólo surte efecto en una genuina democracia.
El diálogo es una condición humana para establecer cordialidad, debe necesariamente carecer de opacidad. No obstante las condiciones en el caso Venezuela son respecto a la parte gubernamental del orden de la imposición, luego se torna unipolar, donde el concurso entre ponentes se sesga hacia el espíritu de la fuerza y no de la razón. Entonces lo que debía ser dialéctico se torna, automáticamente, en una retórica estéril y radical de perorata lombrosiana a favor de la fuerza y la demagogia en bandeja de plata.
Este último es el caso de lo que el castrismo ha enseñado a sus acólitos traidores en el Gobierno, traducido en: ¡”todo para el pueblo pero sin el pueblo” del despotismo ilustrado del S. XVIII y, la oración nazi goebbeliana: “toda mentira repetida mil veces termina creyéndose como verdad”!