Yo marché, y no soy golpista

En un país democrático las instituciones logran que el poder rote, se distribuya, y sea controlado, en un país totalitario esto no es posible. Por eso también es la protesta

Las marchas en todo el país el pasado 19 de abril fueron masivas. La mayoría de quienes participamos en ellas lo hicimos por convicción democrática. El objetivo era demostrar al Gobierno que una gran parte de los venezolanos quieren que haya un cambio, el cual al parecer solo puede ocurrir con otras personas dirigiendo al país. Ante la imposibilidad de materializar el cambio a través de vías electorales promover éste por medio de medios constitucionales es razonable, a pesar que estos también han ido siendo cerrados poco a poco.

Lo anterior son hechos concretos, razones específicas por las cuales salir a marchar y con ello expresar el descontento hacia un mal gobierno. ¿Esto es ser golpista? ¿Esto es ir contra la Patria? Estas interrogantes vienen a la mente ante las amenazas de representantes del Gobierno, que no solo descalifican a millones de venezolanos que salieron a marchar al no reconocerlos (“la nada”), sino que los agreden verbal y físicamente. Quizás los representantes del Gobierno deberían empezar a aceptar públicamente que hay un país real que los adversa y que tiene derechos.

Es probable que dentro de la llamada oposición haya sectores que buscan generar situaciones de desestabilización. Sin duda la violencia no debe ser aceptada bajo ningún concepto, y es responsabilidad del Estado garantizar la paz. En ese sentido prevenir la violencia debe ser prioridad.

El Gobierno sabe que perdió el apoyo popular, sabe que la mayoría de los venezolanos quiere un cambio, también sabe que sus relaciones de poder y trampas ideológicas le impiden cambiar el rumbo del país, y con eso en mente ha optado por atrincherarse negando la realidad. Esto es comprensible desde el punto de vista del pragmatismo de la lógica del poder, el cual como axioma tiene que nadie lo sede si no se ve obligado a hacerlo. En un país democrático las instituciones logran que el poder rote, se distribuya, y sea controlado, en un país totalitario esto no es posible. Por eso también es la protesta.

Ante todos estos razonamientos, que nada tienen que ver con golpismo, la pregunta al Gobierno sería ¿qué opciones tiene el ciudadano para expresar y materializar su deseo de cambio? Esta respuesta es clave, pues lo que parece claro es que en la medida que se cierren las puertas el pueblo encontrará otras formas de continuar expresándose. También es evidente que el país necesita cambiar, el modelo económico ha fracasado, y con éste el deterioro social es de magnitudes insostenibles. ¿Realmente el Gobierno piensa que los venezolanos dejarán de buscar un cambio?

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