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El Gobierno hace esfuerzos para demostrarnos que aún tiene fuerza económica para enfrentar la crisis que atravesamos. Millonadas de bolívares devaluados se aprueban en la Asamblea Nacional para tirarlos a la calle, bien sea para pago de salarios en la administración pública o para el despilfarro de los Consejos Comunales, dinero inorgánico que solo sirve para empujar la inflación hacia arriba con cifras alarmantes que el Banco Central de Venezuela guarda como secreto de Estado; pero que el pueblo siente en la calle de forma despiadada cuando sale a buscar sus alimentos, medicinas, repuestos de vehículos y electrodomésticos entre otros.
El orgullo que se exhibe y se expresa en la justificación y defensa de la fracasada revolución socialista, luce raquítico y enclenque, sin ningún soporte creíble; es la palabra contra la realidad que sentimos todos: impotencia e indefensión ante la inexistencia de soluciones, que aporten alivio a la pesada carga que el pueblo lleva sobre sus hombros y que se traducen en más limitaciones y necesidades y en la percepción de la existencia de un Gobierno cada vez más ineficiente, aferrado a un discurso que no convence e irrita la precaria paciencia de una ciudadanía, que a pesar que la expresión que se escucha en todas partes de que “nadie hace nada” o “a dónde vamos a llegar”, ese pueblo sabe que en su conciencia está depositada la respuesta, que siempre ha tenido como remedio a las grandes dificultades por las que el país ha atravesado; como lo será esperar la oportunidad para expresar su disgusto acudiendo al llamado que el ejercicio democrático le hace para impulsar los nuevos liderazgos que el país demanda.
Esa es la única vía y a esa debemos acudir. Fortalezcamos la unidad del pueblo democrático y no faltemos a la cita del 6-D para ejercer nuestro derecho ciudadano, de elegir al nuevo Parlamento de donde surgirán los cambios esperados.