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La desesperación por la derrota estruendosa que sufrirá el partido de Gobierno en las elecciones parlamentarias del 6-D, la cual será endosada a su persona irremediablemente, carga al presidente Maduro fuera de sí. Ha perdido la sindéresis.
En la madrugada (1.26) del día 13 de octubre, en un acto ante un centenar de personas en el Paseo Colón, en Anzoátegui, en ocasión a la develación de una estatua de Guaicaipuro, conmemorando el 12 de octubre, Maduro dijo, que Venezuela solo puede ser gobernada por “revolucionarios” y señaló que los opositores deberían rogarle a sus santos para que las elecciones parlamentarias de diciembre las gane el oficialismo, pues de lo contrario se produciría un “caos”.
Pero hace apenas unos días, en el mismo oriente del país, Maduro soltó esta perla: “Entraríamos en un caos”, dijo Maduro al referirse a la posibilidad de que el oficialismo pierda estas elecciones y señaló que él juró al pueblo “desde el corazón” que bajo ninguna circunstancia que le toque vivir entregará “los logros de la revolución” ni traicionará “al pueblo”.
“Preparémonos para defender esta revolución en el escenario que nos toque defenderla y la patria, la soberanía, nuestra historia, el derecho al futuro, y el 6-D como digo yo, a ganar como sea, con el pueblo consciente, con guerra económica… llueva, truene o relampaguee la victoria es de la revolución bolivariana”.
Maduro siente terror por la segura derrota que sabe va a recibir el 6-D, porque él y nadie más que él, será el gran perdedor de ese día histórico para el pueblo venezolano.
Maduro no tiene las habilidades retóricas que tenía Hugo Chávez, un prestidigitador de la palabra que sabía manipular a los pobres, quien parecía haber estudiado a líderes negativos, pero líderes al fin, que con un discurso de confrontación conquistaron a las masas y causaron un enorme daño a sus pueblos y a la humanidad misma, como fueron Adolfo Hitler y Benito Mussolini, de Alemania e Italia, respectivamente.
El escritor británico, Laurence Rees, atribuía a Hitler características como la intransigencia, su descontrolada emotividad y sobre todo, su contagioso odio, que muy bien le caen al dedo a Maduro quien no termina de asumir las culpas y responsabilidades propias, sino que las proyecta en forma de odio. Maduro no quiere entender que está derrotado y que no es “como sea” que va a ganar, sino con votos que no los tiene.