Nos
Ante la crisis evidente es común que nuestros gobernantes apelen a las bondades del discurso de la autocorrección y del reimpulso, sin asumir mayores responsabilidades ni riesgos políticos.
Es un camino trillado que hace de la economía venezolana y del proyecto país un símil con aquel personaje mitológico, Sísifo, condenado por los dioses a empujar perpetuamente un peñasco hasta la cima, solo para dejarlo caer y recogerlo nuevamente.
Han transcurrido 80 años de la muerte del último caudillo, Juan Vicente Gómez, pero seguimos reincidiendo en los mismos errores, culpando al petróleo por nuestros males. Acaso no ha sido suficiente la riqueza proporcionada por el oro negro para convertirnos en un país vanguardista, educado y adelantado, como lo han hecho otras economías petroleras como la Noruega escandinava.
Por qué culpar al petróleo del desastre si lo que ha faltado es madurez política y civismo para recomponer un país marcado por las desigualdades y el antagonismo.
Hoy, con un aparato productivo apagado y semidestruido, no queda sino asumir las tareas ciclópeas, los esfuerzos monumentales y la tolerancia que ha faltado a cada generación política, empeñadas erróneamente en cambiar todo, sin dar continuidad a las buenas obras. Nos hará falta mucha sensatez para levantarnos de la ruina. La recuperación no será fácil pero tendrá sus alicientes, como no repetir los errores del pasado y establecer las bases del gobierno plural, sin las manipulaciones del sectarismo y la revancha.
Un país que aprenda, luego de más de 200 años de independencia, el buen juego de la política, como lo advertía el humanista Mario Picón Salas en el ensayo La aventura venezolana. “Un país que aprenda a enfriar a los fanáticos de una sola consigna que no se afanan en comprender lo distinto para que no se les quebrante su único y desesperado esquema. Un país que acerque su cultura a los tiempos que emergen con ayuda de la ciencia, la técnica y sobre todo con el fortalecimiento de la consciencia moral (…) Un país donde los millones de habitantes puedan vivir en concordia, seguridad y justicia; con educación para todos, gracias a la equilibrada distribución de la renta pública; una sociedad que pueda salvar, por medio del impuesto y la seguridad social, los tremendos desniveles de fortuna. Una nación donde podamos sentir lo venezolano no solo en la historia y en el justo respeto a los próceres, sino como vivo sentimiento de comunidad, como la empresa que nos hermana a todos”.