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Llega un momento en el que los análisis sobran, cuando la irracionalidad ha llegado al punto en el que los argumentos no valen. Todo intento de cordura se va diluyendo entre el caos y la desesperanza, dejando en manos de la realidad cotidiana la tarea de impedir imaginar una situación distinta. En esta especie de caída hacia la nada las opciones se van reduciendo, hasta que el deseo de sobrevivencia es la única guía.
De pie frente a ese escenario cada persona se enfrenta a sí misma, viéndose forzada a tomar decisiones que sabe pudieran ser definitivas. Huir del peligro y emprender rumbo hacia otros países es aventurarse hacia lo desconocido de la vida del inmigrante, tan llena de oportunidades como de riesgos. Quedarse intentando aguantar la tormenta, con la esperanza que pronto pase, es una apuesta a circunstancias impuestas por otros.
Hay quienes optan por rebelarse contra la historia, y deciden intentar contener el cauce de una sociedad desbordada por el caos plantándose en luchas civiles, y sobre todo morales. También hay otros tantos que simplemente se abandonan, dejan que las circunstancias se apoderen de ellos y se entregan al fatalismo del ir resolviendo día a día su vida. Y hay unos pocos que como aves de rapiña se aprovechan de los restos de una sociedad moribunda.
¿Quién toma la decisión correcta? Cada historia personal tiene la respuesta a esa interrogante. Para el que tiene una vocación por lo público un parque verde en cualquier ciudad extranjera es tan angosto como una prisión. El que solo quiere una vida tranquila, huyendo de ese país que aun siendo suyo lo hizo sentir como un extranjero, tal vez encuentre su lugar en una cultura ajena. Inclusive el que se queda a esperar puede que al final haya hecho lo correcto.
Ante tanta incertidumbre la única certeza quizás sea que ya nada será igual. Ni el país ni la vida de cada quien, serán lo mismo. Y como en toda época de cambios quien se adapte mejor sobrevivirá, mientras que quien permanezca inmóvil probablemente será golpeado con mayor fuerza por las circunstancias. Esto no significa que haya que huir o quedarse, luchar o esconderse, se trata solo de adaptarse a un entorno que cambió.
Días atrás @yoanisanchez escribió, “qué triste vivir en un país en fuga… donde se quedan los más conformes, los más viejos, los más dóciles… y algunos pocos rebeldes”. Se refería a Cuba, tal vez en eso los venezolanos logremos torcer el rumbo de la historia y en vez de ser un país en fuga Venezuela se convierta de nuevo en un país de brazos abiertos. Han tocado tiempos de cambio en los que más que nunca nada está escrito.