Las grandes gestas independentistas han contado con el apoyo externo para lograr su más ansiado cometido. Nuestro país no está cercado. Cuesta entender cómo una oleada imprevisible devastó al país más asombroso del mundo. No estábamos preparados para el desarrollo tal vez
Siempre he considerado que Venezuela es un país irremplazable. Creo que en aquellos años remotos de bolsillos repletos de refugios y de encantos económicos infinitos, todo turista que pisaba su tierra sentía una rara percepción de ver que el venezolano inventaba e improvisaba su propia historia a diario, con los acicates de una sonrisa de bienvenida.
Hoy este país engalanado con los atuendos más floridos -hasta el punto de ajustarse el sombrero más complicado por ser cabeza de Sudamérica-, se halla desguarnecido, al sufrir una diáspora estrepitosa, en la cual no solo se huye de la nostalgia y de la incapacidad para ser feliz, sino pareciera que se escapara con un temor destructivo de no volver jamás.
Cuesta entender cómo una oleada imprevisible devastó al país más asombroso del mundo. Había una inconformidad que nos trastornaba. Las riquezas detonaban en nuestras manos y caían como plomo en el mar del desconcierto. No estábamos preparados para el desarrollo tal vez. O esperábamos ese caudillo o mesías que lo resolviera todo, hasta los malos conceptos de nosotros mismos.
Pero al fin llegó, con un sistema atiborrado de promesas imponentes. Decía ser capaz de igualar a los pobres con los ricos, aunque terminó haciendo lo contrario. Nos arrebató hasta esa arepa rebosante de alegrías, para enseñarnos y mostrarle al mundo, que un territorio con todos los privilegios del subsuelo -desde petróleo, oro y diamante, hasta carbón, hierro y aluminio-, puede convertirse en menos de dos décadas, en uno de los países más miserables del planeta.
Nuestro país no está cercado. Tampoco existe una tranquilidad pasmosa o una costumbre irreparable por la desgracia. Entendamos que somos un pueblo admirable. Que tenemos las huellas salpicadas de determinaciones y, pese a las traiciones de quienes alardean en defendernos, somos capaces de fraguar nuestra libertad. Desajustar esas cadenas pesadas de la confusión.
Hoy todos los continentes de este pequeño espacio llamado tierra, no dudan por un instante que Venezuela no tiene democracia y está allanada por las devastaciones de una dictadura, que poco le importó el ir en contrasentido a la opulencia natural de nuestra pequeña Venecia. Las grandes gestas independentistas han contado con el apoyo externo para lograr su más ansiado cometido. En nuestro sueño de paz, no se hará lo contrario.