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Para muchos, la economía no es una ciencia sino más bien una política disfrazada con números. Y con ese trasfondo, los planteamientos formulados por los economistas se presentan en una jerga técnica, a veces rebuscadas, que suelen generar dos reacciones rápidas que audiencias masivas cambian de canal o se asustan. Sin embargo, la economía como tal se ha convertido en un genuino laboratorio de ensayo y error, donde keynesianos, monetaristas y demás tribus han desplegado una serie de ideas a fin de captar la atención del público y echar a andar planes de Gobierno.
En consecuencias, existen unos mitos universales trasmitidos de generación en generación hasta formar una memoria colectiva, que se avivan dependiendo de las coyunturas políticas de cada país:”Los inmigrantes nos roban los puestos de trabajo”. Es inevitable pensar en Donald Trump izando fieramente esta bandera. Y hay una cara aun más agria, como la que se ve en Calais con los inmigrantes tratando de cruzar la frontera por cualquier vía. La clave según algunos de este mito descansa en la falacia de creer que la única manera de conseguir un trabajo es quitándoselo a otro. “El cliente siempre tiene la razón”. El punto no es quien es más importante, sino que los dos son vitales en el ciclo de cada negocio. “El precio refleja el valor”. El precio de un bien o servicio se basa en lo que la mayoría esté dispuesta a pagar por él. “Imprimir dinero cauda hiperinflación”.
En realidad las causas de la hiperinflación tienen que ver con el colapso de la producción, con la corrupción rampante del Gobierno, perder una guerra, cambio o caída del gobierno, perder la soberanía de la moneda nacional por controles de cambio o endeudamiento en moneda extranjera. “Cada niño que nace viene endeudado”. En realidad, nadie nace con una factura pegada al cuerpo ni le corresponde a ningún acreedor internacional. Las deudas nacionales son compromisos adquiridos por los gobiernos de turno. Estas son apena algunas de las falacias más comunes en que se suele incurrir. Eso creemos