La Cilia

En estas lamentables circunstancias una gripe con nombre de mujer engreída, se convierte en una emergencia por los efectos colaterales, junto a los asmáticos, los hipertensos y los diabéticos

Cuando trató de moverse sintió que su cuerpo estaba adolorido, hastiado, cansado fatigado. Colocó la cabeza en la almohada para apoyar en algo blando su duro dolor. Sus huesos estaban aquejados y elevados por la alta temperatura de una fiebre enigmática y misteriosa. Trató levantarse, nada, no pudo nada. Sintió que los ojos se le cerraban y tuvo la sensación de estar hundiéndose en un colchón sin fin. Un sabor amargo se deslizó por su garganta, entonces comprendió que estaba padeciendo un espantoso virus.  Alguien en los cuartos contiguos gritó: qué triste, contrajo La Cilia, es una gripe con síntomas hostiles, irónicos, resentidos, insidiosos, gélidos, déspotas, desproporcionados que casi llevan a la tumba. 

Los casos de esta anomalía se multiplican con la ineficacia de los servicios públicos, la falta de agua, la basura en la calle, el desabastecimiento, la inseguridad, el desempleo, los cortes de electricidad, la humedad y las esporádicas  lluvias. La enfermedad se complica y se apodera de los habitantes, solo arropados por la angustia y la incertidumbre al  no encontrar los medicamentos, ni siquiera  para atender una jaqueca. En estas lamentables circunstancias una gripe con nombre de mujer engreída, se convierte en una emergencia por los efectos colaterales, junto a los asmáticos, los hipertensos y los diabéticos. De acuerdo con la Cámara Venezolana de Droguería (Cavedro) la escasez de productos farmacéuticos ya llegó al 90 %; revelando que en Latinoamérica existe un promedio de una farmacia por cada tres mil  personas. Después de Chile, somos el segundo país con menos farmacias, una por cada seis mil pobladores.

Ante tanto malestar y sin medicinas accesibles, la gente recurre a prácticas antiguas o métodos alternos poco convencionales como gárgaras de limón con sal, cucharadas de cebolla morada y miel de abeja, tomas de toronjil con granada, inhalaciones de eucalipto con malojillo, agua tibia con sal para los pies y pecho, hasta el punto de volver a la añeja fomentera de la abuela, para calentar y entibiar los pulmones y por supuesto, recurrir a las necesarias horas de reposo, acompañadas de prudentes silencios, relajante sueño, oraciones permanentes al santísimo, lectura espiritual e interpretaciones sociológicas para no caer en la depresión. No sé qué otra cosa peor puede pasar después de contraer esta nefasta gripe. Lo que sí es cierto es que hasta su adecuada denominación se vincula estrechamente a la actual dolencia presidencial de un mandatario absurdo e incompetente al que prontamente la historia sin compasión marcará su necesario y definitivo derrumbamiento.     

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