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Mamá es la mejor. La mía se despidió de este mundo hace casi 15 años, pero cada día la relación que nos une se hace más sólida y real, porque a medida que crezco, maduro y aprendo, más me doy cuenta de que todo lo que hizo estuvo bien hecho, porque lo hizo con amor.
Cada hijo lleva consigo a su madre. Este es un vínculo eterno, porque siempre contendremos algo de ellas. Para tener salud, felicidad y prosperidad es recomendable conocer de qué manera mamá influyó en nuestra historia y cómo sigue haciéndolo, no para criticarla, sino para aceptarla y amarla.
Ella es la que antes de nacer nos ofrece nuestra primera experiencia de cariño y de sustento. Nuestras células se dividieron y desarrollaron al ritmo de los latidos de su corazón; nuestra piel, nuestro pelo, corazón, pulmones y huesos fueron alimentados por su sangre, sangre que estaba llena de las sustancias neuroquímicas formadas como respuesta a sus pensamientos, creencias y emociones.
Si mamá sentía miedo, ansiedad, nerviosismo, alegría, satisfacción o tranquilidad, nuestro cuerpo se enteró de eso y quedó en nosotros una impronta tan personal e íntima como cualquier otro rasgo físico heredado.
Mamá nos contuvo durante nueve meses y al nacer, continuamos sintiéndonos como una extensión de su cuerpo durante meses, por eso los bebés lloran cuando están lejos de mamá y se calman de inmediato cuando están junto a ella.
Es nuestra madre el primer contacto con el amor, el recibir, el sentirnos reconocidos, merecedores, apreciados y aceptados tal y como somos. Cuando nos desvinculamos de mamá durante esos primeros años de vida, cuando somos adultos continuamos buscando en el mundo aquello que sentimos perdido en el seno de mamá.
La atención materna es un nutriente esencial para toda la vida. Cuando una cámara de televisión enfoca a alguien del público en un evento deportivo o cualquier otro acontecimiento, la primera frase que se pronuncia es “¡Hola mamá!”. Es una expresión de la necesidad de ser vistos por nuestras madres y tener su aprobación.
En origen, esta dependencia obedece a cuestiones biológicas, pues las necesitamos para subsistir durante muchos años; sin embargo, la necesidad de afecto y de aprobación se forja desde el minuto uno, desde que la miramos para ver si algo estamos haciendo bien o si somos merecedores de una caricia.
Con el paso de los años esta necesidad de aprobación puede volverse patológica, generando unas obligaciones emocionales que propiciarán que nuestra madre tenga el poder de nuestro bienestar durante toda o casi toda nuestra vida.
Cuando comprendemos los efectos que la crianza ha tenido en nosotros, comenzamos a estar dispuestos a comprendernos, sanarnos, a ser capaces de asimilar lo que creemos de nosotros y a explorar lo que consideramos posible conseguir en la vida.
La decisión de crecer implica limpiar las heridas emocionales o cualquier cuestión inconclusa que haya quedado en la primera mitad de nuestra vida. De ello depende nuestro sentimiento de valía presente y futuro.