Sólo
Antiguos pobladores, huéspedes eternos de los alrededores de los diversos ríos del Sur del Lago, contaban que muy cerquita de sus aguas al declinar el sol, por detrás del paso de los caballos, cuando los pájaros huyen a buscar sus refugios nocturnos, las montañas andinas empujaban el rocío hacia el hilo dinámico de la aventura lacustre del Lago de Maracaibo, miles de luciérnagas alumbraban la orilla, en jornada musical los grillos y las chicharras afinaban sus instrumentos junto a sapitos, sardinas y tortugas, iniciando una tertulia compartida, secreta y amorosa hasta el amanecer, repitiéndose cada día el ciclo legendario de la vida.
También comentaban, que antes, cuando la madrugada era real y enigmática se escuchaba en el entorno el rumor de la savia que subía a los frutales en forma natural, cargada de secretos para satisfacer los múltiples paladares pueblerinos. Era en ese instante que la inagotable corriente de los ríos del municipio Colón como El Escalante, Concha, Morotuto y Onia, soportaban agradablemente el vaivén de las embarcaciones coloridas, desde pequeños botes hasta las grandes piraguas, llevando un poco de cada puerto en su extenso recorrido por el impresionante reservorio de agua dulce más extenso de América Latina.
Las piraguas, esas grandes naves de madera, navegaban con su marcha lenta y confiada, las elásticas y caudalosas serpientes de agua, cuya boca se abría en Táchira para serpentear por territorios andinos y zulianos, dispuestas a repartir con algarabía en fronteras conocidas, plátanos, caña de azúcar, toronjas, parchitas, guanábanas, naranjas y guayabas, junto a objetos maravillosos como telas de la India, exóticas fragancias francesas, remotas especies y excéntricos enseres, donde gente con olor a pueblo cercano, risueñas y descomplicadas, esperaban impacientes la llegada de estas barcazas, repletas de sueños y realidades.
Es demasiado desgarrador, que sea muy poca o casi nada, la emoción y el delirio que encontramos hoy en las desoladas aguas de los principales afluentes que besan el lago maracaibero. Sólo recibimos en los municipios Jesús María Semprún, Catatumbo, Sucre, Francisco Javier Pulgar y Sucre, largas líneas de agua, muchas veces tapizadas de algas, desprovistas del encanto que hacía de sus riberas un canto alegre y bullicioso o una amplia y extraordinaria poesía vibrante. Se nos entregan otros ríos, diferentes a los que disfrutaron nuestros padres y abuelos. Existe una profunda distancia histórica entre esta realidad, carente de programas de mantenimiento y preservación y la lozanía de años atrás. En el presente se desconocen diagnósticos de los problemas, no se muestran planes de infraestructuras para controlar y organizar los diferentes cauces, reprimidos en su mayoría por muros de contención mal proyectados, a su vez se carece de políticas de recuperación e inversiones para dragar, rescatar, preservar y controlar estos mágicos ríos, donde siempre ha nacido y se perpetúa la sorpresa de la vida.