Time is Money

Cuando niño, no lograba entender el significado de esa famosa frase atribuida a Benjamín Franklin “el tiempo es dinero (oro)”. No podía relacionar algo tan espacial como el tiempo con algo tan material como el dinero

Cuando niño, no lograba entender el significado de esa famosa frase atribuida a Benjamín Franklin “el tiempo es dinero (oro)”. No podía relacionar algo tan espacial como el tiempo con algo tan material como el dinero. Tampoco entendía por qué se caracterizaba al latinoamericano con la imagen del campesino ocioso tomando la siesta bajo la sombra de su gran sombrero.  

Luego en los años 50-60 los gringos de la Maracaibo petrolera describían el “síndrome mañana” (dejar para mañana lo que puedas hacer hoy) y advertían que era muy sabroso, pero también muy contagioso. Se referían a la exitosa canción, “Mañana is soon enough for me”, de Peggy Lee del año 1947, que perduró durante décadas y que representa lo que Andrés Bello definió como la indolente ociosidad de los naturales (o sea, nosotros). El “mañana” es la mejor manera de esquivar una responsabilidad y posponerla para el otro día cuando se volverá a decir mañana.  

No había captado el significado de la famosa expresión de Franklin porque por aquí, el trabajo lo había hecho Dios como castigo, e imperaban toda suerte de frases como la “hora venezolana”, “no te deis mala vida” y tantas mañas culturales que este gobierno comunista ha catapultado con sus leyes reposeras, burocracia innecesaria, semana de dos días laborables, rebajo de horario, feriados y puentes, todos fomentadores de la vagancia y que en diferentes proporciones, cada uno de nosotros arrastra por dentro cual pesado bulto que entorpece nuestro desarrollo.

La explotación de nuestras riquezas naturales fue ejecutada por extranjeros, mientras que el criollo resultó ser un mero espectador. ¿Será que heredamos de España el concepto que predicaba Unamuno “que inventen ellos, nosotros nos aprovecharemos de sus invenciones”’? ¿Será que “ser rico es malo”?

En realidad, la frase en cuestión abarca más bien una actitud diferente frente a la vida y una mentalidad diferente ante el trabajo. Por desgracia no se puede improvisar y borrar las bases ancestrales de la indolencia, ni el desprecio por el trabajo, ni el prestigio al ocio, ni la fábrica de vagos, ni tantas otras cosas. Tardaríamos años, quizás siglos, y no se puede olvidar que el tiempo es oro. Que oiga quien tiene oídos… 

 

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