Transiciones y hegemonías (II)

Todas estas situaciones tienen en común al menos dos elementos. El primero, la presencia de outsiders, que llegaron para “salvar al país”. Lo segundo, que esos mismos “salvadores” se convirtieron en líderes de nuevas hegemonías

En 1998 en la política venezolana irrumpe un outsider, una figura que llegó desde fuera de las filas de los partidos políticos tradicionales con un mensaje de renacimiento de la patria. El terreno en aquel entonces era fértil, a pesar de ser Venezuela un país con muchos recursos existía pobreza y desigualdad, la corrupción tocaba todos los rincones de la vida cotidiana, y el poder giraba en torno a esos partidos políticos dominantes y los cargos de los que cada uno disponía. El sector empresarial a su vez mantenía una relación de dependencia y subordinación hacia el Estado, y por lo tanto hacia quienes lo controlaran, por ello también actuaba para contar con sus ámbitos de influencia.

Esta historia, contrario a lo que quizás se piense, es bastante común en América Latina. En Argentina Néstor Kirchner ganó las elecciones de 2003 gracias a que en la segunda vuelta logró unificar el voto castigo hacia Menem, quien había sido ya presidente y que encarnaba un sistema corrupto y concentrado en los partidos tradicionales. En Bolivia, Evo Morales llega a la presidencia luego de varios años de ruptura y conflicto con las élites dominantes, específicamente del Movimiento Nacional Revolucionario, fundado en 1942 y que por cierto al igual que Acción Democrática transitó por modelos de izquierda y estatistas a otros de corte más liberal.

En Ecuador la historia es similar, Rafael Correa gana las elecciones del 2006 como resultado de un período de inestabilidad, en el que actores tradicionales entraron en un ciclo de desprestigio, agravado por la destitución de varios presidentes. En Paraguay el control del Partido Colorado es evidente, apenas si fue interrumpido por la presidencia de Fernando Lugo, hasta que el Congreso lo destituyó. En Perú, primero Humala y luego Kuczynski también aparecieron en la arena política como outsiders, ambos con formas distintas pero vistos por el electorado como una ruptura con el sistema tradicional, encarnado en el caso del Perú por el APRA, y particularmente por Alan García. 

Todas estas situaciones tienen en común al menos dos elementos. El primero, la presencia de outsiders que llegaron para “salvar al país”. Lo segundo, que esos mismos “salvadores” se convirtieron en líderes de nuevas hegemonías (salvo los casos de Paraguay dado que el Congreso destituyó al presidente, y en Perú que se encuentra justamente en pleno proceso de acomodo, similar al de los demás países a inicios del siglo XX). Hoy Argentina, Ecuador, Perú, Bolivia, y Venezuela, agregando a Brasil y México, se encuentran justamente tratando de romper con hegemonías que se establecieron como alternativa a otras ya existentes. 

Forzando el análisis al breve espacio, y atreviéndome a una conclusión quizás apresurada, el hilo conductor de todas estas situaciones es la mayor o menor fortaleza institucional de cada país. Las preferencias del electorado son cambiantes, al parecer existe una percepción generalizada de la necesidad de un “salvador”, y si uno no funciona se salta indistintamente a otro sin importar la ideología. El problema de fondo es que aparentemente los países suramericanos en general (no todos) no cuentan con los mecanismos institucionales necesarios que eviten las hegemonías, lo que convierte la carrera política en un juego de “todo o nada”, y no en uno basado realmente en la democrac

 

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