jueves, noviembre 21, 2024
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Un beso al agresor

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Sin percatarse de que se trata de una respuesta inconsciente y desesperada para salir a flote de una situación afrentosa, se genera entre los hombres y las mujeres una particular situación psicológica, mediante la cual las víctimas pueden llegar a sentirse honradas y hasta complacidas o privilegiadas por estar siendo sometidas a una sui géneris, dominación por quien o quienes consideran tener algún atributo especial que les capacita para amedrentar.

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Recordemos la situación de rehenes ocurrida en Estocolmo en 1973, cuando un periodista capturó con su cámara el momento en el cual una rehén besaba a su secuestrador; donde a propósito de dicho suceso, los secuestrados introspeccionaron la causa de los secuestradores, justificándolos, ayudándolos, colaborando con ellos y en el tiempo y la distancia mantenían correspondencia y hasta adelantaron relaciones afectuosas.

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De igual modo se presenta el síndrome de la mujer maltratada,  en razón de la cual, las féminas que son víctimas de agresión por parte de su pareja, parecieran disfrutar de una sofisticada forma de masoquismo, que les impide romper definitivamente con su ofensor, cuando la realidad es que la psiquis les está haciendo una indeseada jugada.

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Pues bien, lo importante es que tengamos presente que esta aceptación progresiva por parte de la víctima de las ideas y puntos de vista del victimario, es un síndrome, que constituye un conjunto de síntomas que caracterizan dicha afección mental. Dicho de otro modo, no se engaña a quien se sabe engañado. Y el peculiar comportamiento de justificar al agresor, ha sido detectado como un estado psicológico morboso y a sabiendas de que no es correcto, podamos entonces poner los correctivos necesarios.

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Del síndrome de Estocolmo no se escapa ninguna forma de organización social o empresarial, donde uno o varios adalides circunstanciales puedan verse como figuras insufladas de bondad, que para las acuarelas psicológicas de sus víctimas es el fundamento de sus acciones y desmanes. Cuando en realidad la retorcida concepción del victimario está encontrando justificación en una innata necesidad de sobrevivencia, que por ser inconsciente no es tangible inicialmente o quizá nunca, por quienes constituyen los sujetos pasivos de este fenómeno psicológico y cuales mansos corderos se dejan llevar al matadero.

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