“Vuelo de libélulas”

 

No hay sonrisas; solo ceños fruncidos mascullando soliloquios respecto al desarraigo del cual son objeto cuando se los encarrila hacia las puertas del exilio, del adiós. Algunas conversaciones son audibles, pero no todas exponen sentimientos reales

¿Pasaré en aeropuertos los años que me quedan esperando el regreso de los míos?

Quema el sol de soles, mientras la maldad alimenta la soledad y la ausencia.

Colores tropicales llenan el ambiente, pero no disipan la tristeza por la diáspora indeseada.

El terminal tiene vida propia. Jóvenes lo invaden procurando las puertas de embarque. Preguntan, observan, consultan, consuelan; hay cariño desbordado por doquier, pero nadie celebra: ¡Existe una  epidemia de angustia!

Diástoles y sístoles alteran su eléctrico danzar.

Rostros compungidos marchan sollozando hacia las mandíbulas dentadas de las libélulas de acero prestas a volar.

No hay sonrisas; solo ceños fruncidos mascullando soliloquios por el desarraigo con el que caminan, pávidos, hacia las puertas del exilio, del adiós.

Algunas conversaciones son audibles, pero no todas expresan sentimientos reales: El miedo a fracasar es tortura y agobio siempre presente. Existe una tensión opresiva.  

Huelgan frases gastadas: “Volveré vieja; volveré”. “Tranquila. Es solo por un mes. Después la vida dirá”.

Dolientes elegías rasgan las paredes de los  corazones que migran. Estos serán custodios de recuerdos que se quedan atrás.

Sonidos lentos de voces aleladas emergen de petrificados rostros.

Es inefable el martirio de la gente: Pasó de sedentaria, de rica, de feliz, a ser un pueblo en éxodo, de pobres ciudadanos que, resignadamente, aceptan la ignominia de  emigrar y al cual le falta la bravura que nos dio la libertad.

¡Murió la compasión!

¿Habrá muerto también el humanismo?  

Oteo hacia el espacio y allí tampoco encuentro las respuestas.

El pueblo se nos muere, el pueblo se nos va; no soporta más crímenes ni agravios. El sistema no opera. Sojuzga a los más pobres haciéndolos dependientes de bienes que reciben solo aquellos que son fieles al régimen. No importan ni la libertad ni el progreso. Lo que prevalece es el interés de la cúpula gubernamental por el poder y los odiosos privilegios que este concede.

¿Que no tenemos armas ni objetivos?

¡Claro que sí, pero parecen no alcanzarnos la fe y la perseverancia!

Nuestras lenguas son las armas y disparan ráfagas de ideales, pensamientos y sentimientos de logro. Los objetivos, cambiar el sistema, perdonar y amar, pasos obligados para que sobrevengan la concordia, el progreso y el orden.

Mientras, permaneceré aquí esperando por los míos.

¡Sin mi gente nada tengo; ellos son  mi realidad!

¡La lucha la hará el verbo y ese verbo triunfará!

Maracaibo, 13 de noviembre de 2017.

 

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