El aislamiento de Venezuela de la Comunidad Internacional no se dejó esperar. Desde el inicio del año 2016, el régimen se quitó la careta “democrática” para radicalizar de manera brutal dos años de creciente represión sumada a una incapacidad evidente para gobernar
En el artículo publicado hace dos años, afirmábamos que “la luz de la esperanza brilló -aunque fue muy brevemente- como resultado de la respuesta electoral popular del 6-D de 2015, ya que el pueblo había expresado de manera mayoritaria su opción para lograr un cambio en democracia, esperando que se iniciara el año 2016 con propuestas que permitieran solucionar las graves penurias existentes, seguros de que la nueva mayoría de 2/3 de los curules, asegurarían los pasos para lograr la transición anhelada”.
Pero esa luz de esperanza duró muy poco tiempo, porque desde el inicio del año 2016, el régimen se quitó la careta “democrática” para radicalizar de manera brutal dos años de creciente represión sumada a una incapacidad evidente para gobernar, mientras que la militarización del poder fue acentuándose al designar en los puestos más relevantes, a militares sin capacidad para enfrentar el colapso existente.
El aislamiento de Venezuela de la Comunidad Internacional no se dejó esperar, puesto que los gobiernos de la región y de otras partes del mundo al escandalizarse por las situaciones que hundieron a nuestro país en una crisis humanitaria, económica y social sin parangón, ni en la historia de Venezuela ni en el resto del mundo, elaboraron decisiones contundentes para sancionar a los responsables de violaciones de lesa humanidad. Pero a pesar de todo ello, el actual Gobierno se mostró inmune a todas las fórmulas que exigen el respeto a la voluntad popular.
La sombra de la desilusión popular opera actualmente tanto en los sectores oposicionistas como entre los antiguos simpatizantes del chavismo defraudado. El descontento aumenta mientras millones de venezolanos se suman al éxodo de una diáspora desesperada en búsqueda de una mejor calidad de vida. Pero a pesar de ello, sigue operándose en Santo Domingo una mesa del “diálogo-no diálogo” que para lo único que ha servido es para “oxigenar” a un Gobierno, que solo quiere utilizar el supuesto “diálogo” para mantenerse indefinidamente en el poder, sin aceptar las exigencias de una transición que permita el inicio de la necesaria y urgente recuperación del país.
En esas dramáticas condiciones se inicia un tenebroso 2018 en peores condiciones que las del año que termina, asomando las puertas de una implosión desde las filas del oficialismo tal como ocurrió en Europa del Este o una explosión social, cuyas consecuencias serian imprevisibles, y que presenta la interrogante del pronóstico para 2018: Dictadura o Transición?