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Simón Bolívar (1783-1830) escribió ya al final de su existencia que la “libertad se ve sentada sobre ruinas” y que le temía mucho más a la paz que a la guerra. Su desconfianza ante la incapacidad de sus compatriotas por carecer de facultades republicanas fue confirmada en los hechos. Laureano Vallenilla Lanz (1870-1936), constata desilusionado 89 años después, que la transición de Colonia a República fue un evento cataclísmico; una antropofagia social que da nacimiento a un gentilicio de violencia iracunda sin límites.
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Lo que se inició en 1810, un evento ilustrado del mantuanaje blanco criollo en Caracas, devino, al finalizar el horror de una guerra de exterminio en 1823, en la profundización de los mismos conflictos que antes estaban atemperados por el orden hispánico: “odios de casta, regusto por la sangre, y sobre todo una absoluta desarticulación respecto a las razones o ideales del fratricidio”. (Miguel Ángel Campos)
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La Independencia dio como resultado la negación de la cultura colonial, abrasando con su continuidad y lanzando al abismo a una población maltrecha sin un referente de identidad definido. Los caudillos, grandes capitalizadores de la victoria guerrera, ya se las arreglarían para conseguir desde los mitos y las mentiras la justificación de la nueva dominación.
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Andrés Bello (1781-1865), y muchos otros más, prefirió huir del incendio descomunal y no apoyó la Independencia porque se dio cuenta que la guerra civil sepultaba al pasado colonial con el cual se sentía directamente identificado y representado. Prefirió irse al exilio que “construir patria”. En Chile llegó a ser rector.
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Nos dice Vallenilla Lanz: “El aristócrata, el mantuano, el gran señor, el superviviente de la alta clase social que por siglos había ejercido la “tiranía doméstica, activa y dominante”; el más alto representante de la “minoría audaz” naufragaba en el mar de sangre de la revolución. La lucha entre Bolívar y Páez, “el corifeo de la gente colorada” -como le llamó Peñalver- habría desatado sobre Venezuela la lucha de castas, la guerra de colores, que no solo estaba latente, sino que hacía explosiones parciales en todo el país”.
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La “causa” de Bolívar fue platónica. La “causa” de Páez fue real o pragmática. El primero murió rechazado por sus propios aliados. El segundo “disfrutó” de su caudillaje peleando contra los otros caudillos. El bienestar e intereses nacionales siempre fue algo subalterno. Desde el año 1826 José Antonio Páez (1790-1873) se le alzó a Bolívar y ganó porque sus adeptos le proclamaron en el año 1830 el “Padre de la Patria” en Venezuela.
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El “patrocinio militar” llenó el vacío institucional dejado de lado por una Colonia destruida. La supremacía del más fuerte, del más sagaz, vigoroso y valiente exacerbando el más grande individualismo estableció la nueva jerarquización social ahondando ya no solo en la desigualdad de las antiguas castas durante la Colonia, solo niveladas jurídicamente en la República, sino incubando el fenómeno del personalismo basado en las lealtades de los pactos y conjuras.
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Todo el caudillismo nuestro nace con esto y permite la renuncia de las obligaciones generales de sus ciudadanos para con la sociedad. El bandolerismo legalizado se confundió con la nueva patria a partir del año 1830 haciendo del general Páez el “Gendarme Necesario” para lidiar con la más grande anarquía. Un resguardo de la nueva República, que paradójicamente, se hizo ahondando en la violencia desatada y nunca contenida.
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“El Gendarme Necesario” no procuró ni hacer respetar las constituciones de papel y mucho menos resguardar el logro de un igualitarismo confuso hacia un pueblo acostumbrado a la rebatiña y el saqueo, lo que hizo en realidad, fue reducir los niveles del descalabro a una escala conveniente a sus propios intereses y a la de su clientela de seguidores.
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El libro de Vallenilla Lanz, Cesarismo democrático fue publicado en 1919 producto de una desilusión sociológica. Hoy, cien años después, su actualidad se hace inesperada ante la persistencia del fenómeno autoritario junto al “patrocinio militar” que no remite ante las aspiraciones de la épica civilista. El chavismo no es más que la mutación del desarreglo venezolano que nunca atendió el dictamen de su atraso social desde unos atavismos trágicos. El petróleo, su bonanza, fue una oportunidad despreciada. Hoy, todos nuestros males, vuelven a reaparecer desde el más grande ímpetu autodestructivo.