Hoy
En fechas muy cercanas, 11 de septiembre y 1 de octubre, en la Universidad del Zulia conmemoraremos su fundación y reapertura. Las he recordado tan prematuramente porque ambos eventos trascendieron los muros de la universidad y se produjeron al amparo de una sociedad que la consideró suya. Una sociedad que apreció la iniciativa de hombres y mujeres perseverantes que, en medio de un clima político adverso como el actual, lograron refundarla.
Con el tiempo, esos valores se han trastocado bajo el influjo de una sociedad sometida a una crisis sin parangón. Hoy, se hace perentorio insistir en volver al legado de los grandes hombres y mujeres de la fundación y refundación; pero también los posteriores a esas fechas, cuando estuvieron al frente de la universidad.
Me refiero a la ética, especialmente del trabajo e involucro a los estudiantes; a la justicia, la libertad, imprescindible en universitarios; la autonomía universitaria, hoy despedazada por el poder central, y lo no menos importante, la corresponsabilidad porque no estamos solos en el mundo, interactuamos con la sociedad.
Guiados por esos principios, debemos producir una transformación no solo porque lo imponen las circunstancias actuales; sino porque es inherente a la universidad en si misma que genera conocimientos y los comparte con la sociedad. Sin embargo, primero debemos internalizar un cambio en la manera de pensar y actuar. Dejar atrás el conformismo, aparejado con la pasividad, que no solo es achacable al Gobierno nacional sino a la comunidad universitaria en su conjunto.
Hay que exigir el cumplimiento de la responsabilidad del Estado por lo ruinoso de nuestra universidad; pero no podemos quedarnos en la simple queja, en esperar que el Estado nos resuelva los problemas. Hemos de salir de nuestras zonas de confort y restablecer la comunicación con el entorno social mediante un diálogo transparente y responsable para lograr su apoyo en las luchas por venir y en las alternativas de solución a las dificultades que tengamos. No se trata solo de egresados sino también mejorar su calidad de vida, en términos de civilidad.
Tenemos que tomar iniciativas, involucrarnos y arriesgarnos a lo nuevo y lo distinto porque situaciones complejas como las que padecemos no tienen soluciones mágicas ni únicas y la crisis es una buena maestra para saber cual es el problema y la responsabilidad de cada uno en su solución. Asumir a plenitud nuestra responsabilidad para no perdernos en el maremagno en el que vivimos.