La despedida

El centro del discurso de Maduro es que lo iban a derrocar, que había una conspiración en curso para sacarlo del poder y él exigía que el pueblo, ese mismo que hoy le apoya con un escuálido 10 %

No acostumbro ver por televisión, y mucho menos obligado por el tema de las cadenas, las peroratas de los jerarcas del régimen porque mi cordura mental se resiente y debo tratar de preservarla para los mejores tiempos que están por llegar. Aun así, saliendo de la panadería, un señor me dijo que estaba escuchando en la radio a un Maduro muy bravo y amenazante. Por curiosidad, al llegar a mi casa, decidí romper mi promesa porque por estos días finales del mes de agosto percibo una atmósfera con la misma textura de la película danesa: “Melancholia” (2011).

El mitin, de muy baja calidad, por la oratoria arrabalera y pendenciera acostumbrada, me dio pena ajena. Una tarima sin la magnificencia y oropeles de los que se hacía adornar su predecesor mesiánico; y un público, los arrodillados de siempre, anecdótico y escuálido, la verdad sea dicha, apenas mostrado de refilón por un camarógrafo entrenado en los encuadres cerrados. Todo el escenario muy indigno para una voluntad de poder con aspiraciones de inmortalidad política.

Además, Maduro el Presidente, con apenas un 10 % de popularidad, estuvo sólo en una alocución que bautizaron como de apoyo del sector obrero del país. Y cuando digo sólo es sin la compañía de los jerarcas del régimen, los miembros más conspicuos de la oligarquía socialista hoy en el poder. Luego de escuchar los lugares comunes: que somos potencia, que no volverán los adecos y copeyanos, que el socialismo es eterno y económicamente productivo y saludable, que la guerra económica está siendo derrotada, que la oligarquía es el demonio y el Imperio su financista, que la cestatiques de 45 mil bolívares nos va a salvar del hambre, que la miseria está siendo reducida y que en el año 2018 será de un 0 %, además de la fijación ya enfermiza por Capriles y Ramos Allup a los que tacha de fascistas y otras fantasías repetidas mil veces, el epicentro del discurso sonó a una despedida.

No obstante, Maduro, carece de la clase y la elegancia de los músicos del Titanic que tocaron con gallardía sus últimas melodías mientras el agua les iba subiendo al cuello. El centro de su discurso es que lo iban a derrocar, que había una conspiración en curso para sacarlo del poder y él exigía que el pueblo, ese mismo que hoy le apoya con un escuálido 10 %, lo salve y lo restituya como le sucediera a Chávez en el año 2002... La gran marcha del 1 de septiembre, conocida como la Toma de Caracas, es un acto de protesta cívica legítima, de toda una sociedad cansada y maltratada, por una de las gestiones gubernamentales más nocivas que la historia nacional recuerde.

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