Basta
¿Por qué Maracaibo no tiene estrella en la bandera nacional? Porque fue promonárquica hasta los tuétanos, y los caraqueños, la han castigado desde entonces. Ahora bien, si los caraqueños en 1810, se hubiesen mantenido leales a la regencia, los de Maracaibo hubiesen abrazado la causa de la Independencia. Y decimos esto porque en esa problemática y confusa coyuntura donde España fue invadida por Napoleón Bonaparte entre los años 1808 y 1814, metrópoli como tal nunca hubo. Y en la dinámica interprovincial colonial de la Venezuela de ese entonces los caraqueños rivalizaban contra los marabinos con acritud por el tema del predominio comercial y administrativo básicamente. Lo del “monopolio comercial” de España es otro mito, ya que el contrabando, dictaba la pauta.
Los hoy estados andinos de Trujillo, Táchira y Mérida, administrativamente dependientes de Maracaibo, y con una dinámica de vida socioeconómica con el oriente colombiano durante los siglos coloniales, también logró zafarse en 1810 del “yugo” de Maracaibo. La gente de esa Venezuela, 200 años atrás, no solo era estrictamente pueblerina, sino básicamente muy satisfecha de pertenecer al orden colonial por un sencillo acto de regularización de las costumbres, ya sea las de tipo religioso, o las muy seculares en torno a la autoridad de los reyes.
En 1810, todo el mundo era prorealista, salvo una minoría de radicales y extremistas a favor de la ruptura con el nexo colonial, encabezados por Miranda y Bolívar. Basta con repasar la propuesta “independentista” de José Domingo Rus para detectar el primer gran proyecto proautonomista ajeno al control de Caracas, y en cambio, sí radicalmente modelado y comprometido con la geografía y la historia que unía al puerto de Maracaibo con un hiterland mayor bajo la interconexión de ríos y precarios caminos que hacían contactar ciudades tan distantes como Cúcuta y Pamplona junto con todo el oriente de la Nueva Granada.
Maracaibo en la Independencia vivió en su propia zona de confort. Apenas se involucró en la azarosa guerra con su destrucción inmisericorde. Las elites marabinas del momento enarbolaron la defensa de la causa del Rey Fernando VII no tanto por convicción y principios patrióticos sino porque les ofreció pingües dividendos como la provincia mejor posicionada respecto a los rivales de Caracas, y hasta los mismos orientales, en el aprovechamiento de las redes comerciales y la obtención de beneficios. Sólo que la guerra, la más destructiva que se dio en todo el teatro americano, acabó con esa aspiración de Maracaibo: la de enseñorearse en esa disputa interprovincial que fue también la independencia.