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Tenía una mirada dispersa y una palidez aciaga y mortuoria. Llegó al hospital arrastrando los pies, huyendo del delirio de sus propios quebrantos. El hombre llevaba el rostro distorsionado, cuya edad se confundía por la delgadez extrema y las fachas de pánico. Con una lentitud incierta de tener una sobrecarga de padecimientos, entró al despacho del galeno y se sentó como pudo, con el cuidado de quien teme romper la fragilidad del entorno. Inmediatamente el doctor le tomó la tensión, la cual halló sumamente elevada, así como entrecortadas las respiraciones.
“Dígame lo que siente, sin excluir nada”, demandó el médico de inmediato, como queriendo conocer lo irreparable. El hombre posó la mano sobre su frente marchita, con el fervor de una confusión sorpresiva.
-El mundo se me pone borroso. Ya no soy el mismo. Mi vida ha cambiado y solo tengo un terrible desvanecimiento. Mi esposa e hijos están igual, pero solo yo he tenido la valentía de buscar una solución a esta enfermedad. Lo que percibo en la quincena no me permite comprar cuatro kilos de carne. Mis hijos pequeños también sienten desmayos.
El médico lo detuvo con el ademán comprensivo de la pesadumbre, levantando la mano mientras trataba de poner la conciencia en orden. “Casos como el de usted me llegan a diario. Su enfermedad es social. “Probablemente sea hipertenso, pero los medicamentos son difíciles de conseguir y de tener la suerte de encontrarlos, no tendrá la capacidad monetaria para adquirirlos”.
“La vida es una caja de peculiaridades y nunca es inalterable. Las catástrofes no son eternas. El peligro es acostumbrarse a ellas. La solución se encuentra en nuestras propias determinaciones, acompañadas de una fe incuestionable en los designios celestiales. Nadie nos puede obligar a ser infelices, cuando los cambios sucesivos dependen de nuestras decisiones categóricas y de una notable unión de convicciones”, esgrimió el facultativo con lentitud, sin el claro convencimiento que el consternado hombre le estuviese comprendiendo.
Si la consulta efectuada por la Fundación para el Desarrollo Integral del Docente reveló que 94 por ciento de los venezolanos no consigue los alimentos requeridos, solo el 34 por ciento efectúa las tres comidas y la canasta básica sobrepasa los 750 mil bolívares, las proyecciones de mayores aflicciones para los nacidos en esta patria compungida continuarán, a menos que nos asalte el entendimiento y no un atracador, para darle pronta solución al descalabro.