Arnayelis López, retrato de quien no conoce límites

 

La falta de oxígeno en el cerebro afectó su motricidad y visión. Los coletazos de las necesidades y la discriminación no la detienen. Su transporte son los buses y en ocasiones los conductores no la quieren montar por su condición, pero igual ella se monta aunque se caiga 

El reloj marca más de las 10.00 de la noche y Arnayelis López, una joven estudiante de Comunicación Social de 28 años, no llega aún a su casa. Deyanira Utria, su madre, con una lágrima en la mejilla, espera preocupada en una de las esquinas del barrio Alberto Carabali, en San Francisco. Para la gran mayoría de personas el simple hecho de no conseguir un taxi, faltarle dinero, estar sin desayuno o abrumado por el miedo, son impedimentos para cumplir sus sueños. Para la joven la palabra límite jamás existió.

Valencia, estado Carabobo, fue testigo del nacimiento de esta pequeña, quien es la segunda en la lista de cuatro hermanos y según ella traería un designio de Dios: "Eliminar prejuicios, superar cualquier adversidad, luchar por los sueños y borrar del vocabulario la palabras no puedo”.

Al nacer, esta diminuta bebé, que incluso tendría por cama una "cajita" de zapatos cubierta de algodones, fue diagnosticada con hipoxia cerebral, mejor conocida como parálisis cerebral infantil. Esto ocasionó falta de oxígeno en el cerebro y afectó la parte motora de miembros inferiores, esto le causa dificultades para caminar y problemas en la vista, como miopía y una anomalía en la córnea que provoca que se vean deformes y poco claras las imágenes.

Cuando los médicos dieron el parte de su condición, esta retumbó en los oídos de su familia. Las paredes frías y la soledad de aquella habitación de hospital, serían los únicos acompañantes y confidentes de las lágrimas de Utria y la situación que los sumergía en una espiral de dolor de su madre.

Testimonio 

López conversó con La Verdad y contó que al poco tiempo de su nacimiento su familia arribó a Maracaibo, porque sus padres escucharon de una clínica en la que la podían ayudar. “Mami dice que nos vinimos en busca de una vida diferente, en la que trataríamos de dejar atrás los fantasmas de la pobreza y la miseria”. Dijo que su primera operación fue en 1995. “Me arrastraba, comía o bebía algo y me babeaba toda. No tenía fuerzas para moverme y tan solo me daban tres meses de vida”. 

Transcurrieron cinco años para que gateara gracias a las terapias y el tratamiento. Su periplo no "es color de rosa", pero jamás se amilanó. “Mi colegio estructuralmente no tenía las condiciones. Gracias al apoyo de muchos pude superar cada escollo. Había personas que intentaban molestarme, aunque mi mamá y mis amigos siempre estaban para protegerme”.

Cuando pasó a bachillerato ocurrió lo que ella calificó como un choque entre su realidad y un mundo que condena a quien es diferente. “El primer año lo perdí. Fue un choque emocional increíble, mi mamá ya no podía acompañarme, eran profesores diferentes y quedaba lejos de mi casa”.

Recuerda que un día escapó y asistió sola al colegio, ubicado en Delicias. “Me senté y lloré, no podía creer que lo había conseguido, para muchos es algo común. Para mí significaba mucho”. Uno de los momentos más duros de su vida fue a los 11 años, cuando un compañero de colegio la cacheteó y le gritó que era una basura sin valor.

Realidad

La joven, asegura, que dejó de desayunar o almorzar, situación que le ocasionó gastritis. “Vendo yogures en la universidad. No es fácil y puedo pasar todo un día sin comer nada hasta la madrugada, que llegue a mi casa. A veces quiero tirar la toalla, pero veo lo que logré y me da impulso”. 

El bus de la Circunvalación 2 se aproxima a la universidad y de inmediato asegura que es su transporte. “Debo agarrar dos buses y a veces peleo porque no me quieren montar. Son dos horas de camino y como no tengo una computadora me quedo en la universidad desde la mañana hasta las 10.00 de la noche para hacer las tareas. Llego a mi casa a las 12.00 de la medianoche y en más de una vez me caí de un bus”.

Una madre ejemplar

Utria realiza labores de limpieza y aunque señala que ahora es más difícil que antes, con esfuerzo y sacrificio la sacó adelante. “Cuando dio sus primeros pasos fue una mezcla de risas y llantos. Cuando a uno le toca es duro. En primer grado nos pegó porque no la aceptaron por la discapacidad. En las noches me angustio y me pongo nerviosa porque son las 12.00 de la noche y ella no llega”.

López sueña con una familia y graduarse como periodista. Aunque se le dificulte caminar, entre terapias para ayudar en su desarrollo motor y un carácter fuerte, prosigue su andar. “Nunca nos dieron permiso para rendirnos o no nos preguntaron si queríamos esta vida. Simplemente pasó y si no te preparas te va aplastar”. 

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