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Al menos tienen un techo sobre sus cabezas. Unas 25 familias desamparadas, llenas de dolor y tristeza, viven en un edificio abandonado ubicado al lado del Saime de Sabaneta, en el sector San Trino.
Dentro del aposento no hay muebles y se respira una mezcla de olores a cemento húmedo y aguas negras. No tienen electricidad ni agua potable, solo unos pocos colchones sucios tirados en el suelo, un ventilador y unas pocas sillas. Lo que sí abunda es la enorme tristeza, resignación y las necesidades.
Por los boquetes de las paredes, que hacen las veces de puertas y ventanas, se asoman los rostros inocentes de los niños. La cifra “exacta” de cuántos hay, oscila entre 40 y 50, porque son tantos y tan activos, que aparecen y desaparecen por todos lados. Entre el grupo de menores hay ocho bebés, uno de 10 días de nacido. El mayor de todos es una adolescente de 15 años.
Viven con miedo, expuestos a amenazas y a los ataques del hampa. Según cuentan, hace dos semanas, antes de invadir, el recinto estaba habitado por indigentes y brujos, tal como lo evidencian las imágenes y símbolos pintados en las paredes.
Entre lágrimas, con las miradas entristecidas de los desamparados y la inocencia de cada niño, estas familias están resignadas a quedarse allí, solo con la fe y la esperanza de recibir alguna ayuda.
Lo más doloroso
Con la voz quebrantada, Beatriz Polanco, de 28 años de edad, revela su dolor. “Tengo una niña con cáncer. Hasta ahora la fundación (Fundanica) me da el medicamento de mi niña. El padrino de ella a veces me ayuda, ya que somos de muy bajo recurso, por eso me toca salir a pedir. Yo decidí invadir aquí, porque me sacaron de donde yo vivía”.
Polanco se “ve obligada” a separarse de su hija en las noches, porque la niña duerme en casa de su padrino, para no exponerla a las condiciones de riesgo del hogar improvisado. Además, la mujer tiene otras tres menores con autismo y retardo mental.
“Yo estoy luchando por el bienestar de mis hijas. Nos cuesta dormir y vivimos con mucho miedo, me siento muy mal por la enfermedad de mis niñas y le pido a Dios que me dé fuerza para lograr estar mejor”.
Necesidades básicas
Los tres pisos del edificio, donde antes funcionaba una venta de cauchos, ahora está dividido internamente en 24 “parcelas”, que no son más que los escasos metros cuadrados donde “vive” cada familia. Se supo que la construcción pertenece al Metro de Maracaibo y fue expropiado durante las labores de construcción de las estaciones.
Como no tiene electricidad, se pegaron de un poste que surte al Metro de Maracaibo, pero el suministro no es continuo y por las noches quedan a oscuras.
Allí nadie trabaja. Carecen de recursos para comer y pasan hasta dos días sin alimentos. Según comentan, a veces un “vehículo no identificado” llega al lugar y les deja comida. Estas familias son habitantes de los barrios cercanos, vivían en ranchos junto a la cañada Morillo.
Daily Castellano, de 25 años de edad, asegura que ellos no son personas malas ni están perjudicando a nadie. “No tengo hijos, quiero conformar mi familia, pero sin casa no puedo. Hicimos un llamado a la Guardia y a la Policía, pero hasta ahora no hemos contado con su resguardo. Tenemos temor de que violen a nuestras hijas”.