Con
Nikolài Rimski-Kórsakov escribió la opera, El gallo de oro, impresionado por la guerra iniciada por Rusia contra Japón en 1904. Una guerra que causó miles de muertos, todo por las ansias de poder de un monarca autárquico. Es una sátira contra los gobernantes ególatras y estúpidos. Fue tan arriesgado al criticar lo intocable, al reírse del sistema y ser tan ácido, que le prohibieron la puesta en escena de esta sátira política contra el régimen zarista. La censura le pidió que convirtiera a su zar en un general y aunque se negó, así fue como se estrenó la obra.
En “El gallo de oro” el todopoderoso zar Dodón, es un tirano que reina desde la cama mientras duerme y piensa en las mujeres. Vago, grotesco, cobarde y déspota, domina su reino de forma absurda según los designios de ese gallo dorado y acompañado por dos hijos estúpidos e insolentes, un astrólogo manipulador y una zarina lasciva y perversa que le ataca en su punto débil: la bragueta. La obra es una crítica política pero también exuda erotismo. En esta obra, Kórsakov muestra el mismo desprecio por el zar que por ese pueblo sometido, un rebaño dispuesto a dejarse pisar y que al final, cuando logra su independencia, se pregunta qué hacer con esa libertad.
A través de sus personajes de cuento, el compositor ruso denunció la arbitrariedad de los tiranos, los abusos de poder y el conformismo de los sometidos. Vigilado por los censores zaristas, Kórsakov utilizó todos los recursos expresivos para decir con música lo que no podía contar con palabras. El mismo que en antaño había insuflado aire al Gobierno, se sentía defraudado por la corrupción y represión del zarismo.
El gallo de oro rezuma turbación, desconcierto, amargura y rabia pero también sarcasmo. Los personajes de Kórsakov son un fiel reflejo de la sociedad con la que convivió. Con esas herramientas, este maestro de la orquestación fue capaz de construir una historia en la que no hace falta ser muy avispado para descubrir entre los personajes a miembros de la decadente estirpe de Nicolás II y su corte. Si se tuviera que buscar una palabra que “transversalizara” toda la obra, esta sería: miedo. El tirano tiene miedo de los enemigos, el pueblo tiene miedo del tirano y de los enemigos, todos tienen miedo y finalmente el miedo conduce los hilos del poder, sostienen miembros de la crítica literaria rusa.