Cuando llegué al Centro Comercial Sambil, me sorprendió la presencia en las afueras del sitio de no menos de 300 jóvenes de las barriadas caraqueñas con edades comprendidas entre los 15 y 18 años; funcionarios de seguridad con perros de ataque, les restringían el acceso
Ni el Gobierno ni la oposición les está hablando hoy a los jóvenes. Una cosa es ser líder joven y otra es hablarle a ese segmento tan importante y fundamental de un país.
Si partimos que no todos se pueden ir y que muchos no van tener la opción de huir de Venezuela, alguien va tener que hablarles urgentemente y conectar con ellos para transmitirles esperanza y hacerles sentir que sí hay oportunidades para ellos en la tierra que los vio nacer y crecer; que no todo está perdido.
El pasado sábado 12 de mayo hice un recorrido, poco usual, por el Metro de Caracas, aquello daba pena; estaba sucio, descuidado, saturado. El servicio es gratis. Vi muchos jóvenes con la mirada perdida y sin horizonte claro, cuando llegué al Centro Comercial Sambil, me sorprendió la presencia en las afueras del sitio de no menos de 300 jóvenes de las barriadas caraqueñas con edades comprendidas entre los 15 y 18 años; funcionarios de seguridad con perros de ataque, les restringían el acceso. A los minutos la policía los ahuyentó de manera visceral.
Impactado por tal escena, abordé a varios de esos muchachos, les pregunté ¿qué habían hecho, porqué los echaban de esa manera?, ¿Desde cuándo se reunían? ¿Cómo se comunicaban y cuál era el fin? La respuesta a estas y otras interrogantes fue la siguiente: “desde hace siete años lo hacemos, nos comunicamos por Facebook, venimos de Antemano, Caricuao, Guarenas, La Vega, El Valle y San Martín (sectores pobres de la capital de Venezuela), nos reunimos para conversar, para levantarnos (cotejar) chicas, competir con la patineta o ver quién viste mejor. Nos citamos en los espacios exteriores del centro comercial”.
Esos jóvenes que se reúnen para hacer cosas de jóvenes, propias de la edad, que no representa ningún peligro para nadie; fueron echados como delincuentes, maltratados. Como una manada, arrancaron y emprendieron su camino por las peligrosas calles de caracas sin rumbo determinado.
Ahora siento que ese germinador de jóvenes sigue, quizás de un estrato social mucho más bajo, que no tiene en sus bolsillos ni para una hamburguesa y que cada vez tiene menos oportunidades.
La esperanza de un país está en su juventud, en su gente, en sus oportunidades, no todos se pueden ir, pero la gran mayoría sí se va quedar, hay que voltear la mirada hacia esos muchachos que quieren un futuro, pero indudablemente con Nicolás al frente no pasarán de una estación del metro.
“Al pasajero se le conoce por la maleta”, decía mi papá, ya sabemos de qué está compuesto el Gobierno y qué tienen en la cabeza.