Ángel Urdaneta cuida desde hace 16 años pista de manejo en Grano de Oro

Fotos: Josu00e9 Nava
Fotos: Josu00e9 Nava

Bajo el sol, solo y con la mejor actitud, este hombre mantiene, con la mejor actitud posible, su guardia constante en uno de los terrenos abandonados del sector de la parroquia Chiquinquirá, en Maracaibo

Para Ángel Urdaneta las tardes bajo el sol de Maracaibo suelen ser agotadoras e interminables. Acompañado de sus libros, sus lentes de sol y su gorra mantiene, con la mejor actitud posible, su guardia constante en uno de los terrenos abandonados del sector Grano de Oro que él mismo adecuó para prácticas de conducción.

“Tengo 16 años haciendo labor social en estos terrenos, tratando de mantener un lugar en el estado donde la gente pueda venir a hacer prácticas de conducción”, comentó el señor bajo el sol implacable del mediodía.

Sin ayuda y con su propio esfuerzo, fue situando uno a uno los cauchos viejos en el terreno para “crear un circuito, donde los aprendices y los instructores tengan herramientas para practicar apropiadamente”.

A falta de un organismo que se encargue de velar por este lugar, él se dedicó a hacer de este su trabajo principal.

Cuida que en las instalaciones, ubicadas en la parroquia Chiquinquirá, no aparezcan personas con intención de ensuciar, botar escombros o hacer cosas indebidas cerca de los terrenos de Grano de Oro que, según sus palabras, “han dado mucho a Maracaibo, en su historia”.

Con la ayuda de Dios y los usuarios

Ángel inicia su jornada todos los días a las 7.00 de la mañana y la culmina a las 7.00 de la noche cuando el sol empieza a caer y se esconde detrás de los edificios cercanos al terreno y a su casa lleva la colaboración económica que amablemente solicita a quienes quieran hacer uso de los espacios.

“A la gente le gusta que esté yo acá, alguien que vele por su seguridad y que, con la guía de Dios y la razón, se asegure que nadie entre con malas intenciones a los espacios de práctica”, comenta, mientras sostiene, en un papel, el versículo de la Biblia diario que lo ayuda a afrontar el día con la esperanza de que podrá llevar a casa “pan para la mesa”.

En su labor, el cuidador pinta cada uno de los cauchos viejos que le hacen llegar los usuarios y vecinos de la comunidad, limpia la zona cercana a la entrada y se mantiene vigilante para recibir a los practicantes que con ilusión toman por primera vez el volante de un carro.

No son terrenos abandonados

La lucha constante que mantiene en alerta a Ángel es evitar que los “camiones de basura y los que botan escombros dejen los desperdicios en la zona”.

Debajo de su techito de zinc, sostenido por dos troncos de madera, vigila atentamente que nada extraño se acerque a alterar los espacios a los que les ha dedicado 16 años de esfuerzo.

“A veces es difícil, los que botan basura me ofrecen 10 o 20 dólares para dejar los escombros aquí; pero, con eso yo no me lavo la cara, luego con qué moral recibo a los usuarios, prefiero ser correcto antes de faltar al compromiso que he tomado con este trabajo”, expresó.

A las autoridades, solo les pide que se den una vueltecita, que conversen con él y que si es de su voluntad le ayuden “a poner un techito, una garita, un filtro de agua”.

“No cuesta nada, en vez de venir a cuestionar el, ¿quién me dio atribuciones de cuidar esto aquí?, ayuden, colaboren para que estos espacios vuelvan a tomar vida y le sigan aportando historia y tradición a la ciudad”, sentenció categóricamente.

A quien logre llegar a las instalaciones que cuida el señor Ángel les invitó a que sean prudentes y, en la medida de lo posible, le ayuden a que este terreno “no caiga en abandono como muchos que se encuentran cercanos a la zona”.

 

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