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Reducir la democracia a eventos electorales es una simplificación peligrosa. Las elecciones han sido utilizadas para ocultar tras su farsa regímenes sangrientos en distintas partes del mundo; y a la vez éstas han servido para que otras tantas “oposiciones” se escuden en el formalismo que estas representan para ganar espacios de coexistencia con regímenes autoritarios. En uno y otro caso se es partícipe de una manera de actuar cuyo objetivo es el acceso y la permanencia en el poder, por el solo hecho de tenerlo sin importar el beneficio de la población en general.
La política implica hacer concesiones, y de ahí el gran reto que enfrenta a partir de este momento la sociedad colombiana para poder recibir en sus instituciones al enemigo de una guerra a la que se había acostumbrado por tantos años. De la misma manera como para los creyentes de la izquierda latinoamericana implica un acto de concesión intelectual (y hasta de inteligencia práctica) ver como Cuba ve desvanecerse entre apretones de mano su ideal revolucionario.
Estas últimas semanas el pragmatismo parece abrirse paso entre tanta retórica, las izquierdas latinoamericanas que se han visto debilitadas en sus propios países, piden al Gobierno de Venezuela un poco de cordura en su limitado manejo político de la situación social que atraviesa. La izquierda hoy en América Latina necesita más que nunca demostrar que es viable democráticamente, ¿o es que acaso ese no es parte del mensaje de las FARC en la vida política de Colombia?
Pero el poder nubla la mente, en política solo se negocia cuando se siente que no hay manera de imponer la posición propia por encima de la de los demás, o al menos sin un costo que no se desea asumir. Mandela corta el círculo de la venganza porque, como político, sabía que sería costoso para su país (y sin duda, como persona, por principios morales). El Gobierno de Colombia siente que no puede seguir avanzando en su lucha contra las FARC sin seguir asumiendo costos indeseables; Cuba baja el puño revolucionario porque sabe que ya no hay quien financie la isla ideológica en la que se convirtió. En Venezuela, algunos factores de las fuerzas políticas continúan inmersos en la creencia que aún pueden imponerse sobre sus adversarios, dispuestos a seguir asumiendo costos significativos. Sin embargo, más pronto que tarde esta historia terminará con apretones de manos entre camisas blancas y gorras tricolores.