El Chile de Bachelet, el Brasil de Rousseff, inclusive el Ecuador de Correa, han comprendido que sin la economía de mercado todo proyecto político es inviable
Mientras el Fondo Monetario Internacional (FMI) vaticina un futuro económico sombrío para Venezuela durante al menos los dos próximos años; en Perú este organismo internacional desarrolla, junto al Banco Mundial, la Junta de Gobernadores, evento de carácter global y para algunos símbolo del capitalismo. Esto ocurre en el país andino con un Presidente de la República de izquierda, además proveniente de las filas de las Fuerzas Armadas de ese país.
¿Es posible una distancia mayor entre dos realidades que dicen comulgar la misma ideología? Y es que mientras para unos el discurso de la izquierda sigue siendo un libreto agotado entre la lucha de clases, para otros ésta puede ser una manera de aproximarse a la economía de mercado con un rostro más solidario. Y es en ese punto donde radica la principal diferencia entre quienes insisten en un modelo cuyo único desenlace será la profundización del capitalismo, frente a otros enfoques en los que se reconoce el mercado y se hace uso de éste para alcanzar objetivos sociales.
Y Perú no es el único caso de lo anterior, el Chile de Bachelet, el Brasil de Rousseff, inclusive el Ecuador de Correa, han comprendido que sin la economía de mercado todo proyecto político es inviable. En el fondo el Gobierno de Venezuela lo sabe, y de hecho la economía dependiente exclusivamente de los precios del petróleo da cuenta de esto permanentemente. Sin embargo, la trampa del populismo los ha alcanzado, en una economía paralizada; la mesa está servida para el quiebre del modelo frente a la desaceleración económica global, que está en pleno desarrollo.
Pero, ¿dónde se origina esta diferencia radical entre las izquierdas? Aunque no salte a la vista, y resulte paradójico, en ambos casos el origen es el mismo, el pragmatismo de la sobrevivencia política. La diferencia en la manera de actuar se da porque mientras en Perú, Chile, Brasil, y Ecuador los gobiernos saben que necesitan el sector privado como motor de la economía (y por lo tanto poder cobrar impuestos), en Venezuela se ha profundizado la idea que el Estado puede cargar sobre sus hombros el peso de toda la economía. Así, independientemente de la ideología, mientras no se asuma un proyecto en el que el sector privado sea el motor de la economía, y el mercado que es su espacio de acción natural se promueva (y regule), se estará debilitando cada vez más las bases de desarrollo del país. Esto, paradójicamente, está creando todas las condiciones para que más pronto que tarde el capitalismo (que no es igual que el mercado) pase a ser el protagonista del próximo capítulo de Venezuela.