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En la Venezuela de hoy, la emergencia se palpa en cualquier ámbito que se quiera escrutar; pero no hay sectores tan sensibles como el de las medicinas y los alimentos, que dio lugar a crisis humanitarias. Ambos son imprescindibles para coadyuvar a mantener saludable a las personas, a ser más productivos y elevar la productividad. En el caso de los alimentos, el pueblo requiere proteínas y es más urgente cuando se trata de la alimentación del adulto mayor y de los niños. En estos, son necesarias para su desarrollo y acceder en mejores condiciones a la educación. Sin embargo, el despunte de la pobreza, el alto costo de los alimentos, el desabastecimiento, la desesperación por las colas y otros factores influyentes, han dado lugar a la cada vez más notoria y denigrante práctica de los saqueos.
La crisis humanitaria que vivimos, producto de años de despilfarro y de la creencia de que con el dinero del petróleo se podía resolver cualquier problema, que aceleró la corrupción, y la política de la invasión, intervención y expropiación de unidades productivas, llevó a una economía de puertos y a la desinversión en la producción agrícola y pecuaria porque era más fácil traer los alimentos que producirlos en el país. Pese al fiasco de esas políticas, el Gobierno nacional no quiere entender que el modelo fracasó y que las medidas de ahora son efectistas, no efectivas.
En cuanto a las medicinas, la Cámara Farmacéutica Venezolana reclama la liquidación de 632 millones de dólares que adeuda a proveedores extranjeros para acceder a los insumos necesarios para la elaboración de medicamentos que, en su mayoría, contienen un 98 por ciento de materiales importados. Señala también que en el país se puede producir hasta un 70 por ciento de los tratamientos para enfermedades crónicas, algunos antibióticos y productos cardiometabólicos; no así con los medicamentos hormonales que debe ser importado. Las erráticas políticas de salud del Gobierno y las corruptelas, son, sin duda, causales de la escasez de medicamentos, de equipos médicos y el deterioro de las instituciones públicas sanitarias.
No obstante, el Gobierno, en lugar de apurar la solución del problema, lo profundiza con su indolencia y medidas aisladas que en forma de propaganda anuncia compromisos que rápidamente se olvidan, como el “motor farmacéutico”; además del silencio sepulcral ante la posibilidad de lograr ayuda humanitaria internacional.