Seguro
Nagasaki, 7 de enero de 2017
Estimados compatriotas:
Es grato saludarles desde estas tierras lejanas a donde me ha traído por un tiempo el afán de presenciar el exilio de quienes por largo rato nos hicieron pasarla mal. Siete décadas después del trágico bombardeo, en esta localidad se respira aún tristeza. Marco perfecto para los sombríos semblantes de los antiguos funcionarios boliburgueses que me consigo en cada esquina. Algunos deambulan solos por las calles con costosos relojes y aires de melancolía, los más connotados se hacen escoltar por sobrinos que lograron escapar de las garras de la DEA, otros dan las últimas manos de pintura a la fachada de un spa que pronto pretenden inaugurar y cuya lista de accionistas y trabajadores a destajo aumenta cada día.
Pienso que la mítica invulnerabilidad de las cucarachas a la radiación atómica aunado al temor de los Castro de enfadar a sus nuevos amigos, determinó que esta gente decidiera vivir su exilio en este sitio. Seguro estoy que la flamante dueña del centro de bienestar de marras hubiera preferido ser sepultada en el ahora no tan barato Doral de Florida, luego por supuesto de una larga y esplendorosa vida, pero tuvo que abandonar esa ciudad ante la arremetida belicosa de sus coterráneos vecinos. El otro día, la señora le comentaba a su amigo expresidente de la Asamblea Nacional, quien fungirá de portero de su negocio, que el bullyng al cual fue sometida en tierras gringas le hizo recordar los difíciles tiempos en su colegio de Catia cuando sus compañeros se burlaban de su nombre y le llamaban “la bombardeada”. Por cuestiones de complicada psicología freudiana o por no quedarle otro remedio, terminó levantando aquí su antro de relajación ¿Habrá tenido también algo que ver en su decisión el mito de los insectos rastreros? Le aclaro a la susodicha que estos son resistentes más no invulnerables a tales radiaciones.
En este sitio la vida nocturna es tranquila, aunque les cuento que anoche se formó una trifulca en un bar cercano a mi hotel: un lugareño que disfrutaba una cerveza importada de Venezuela fue agredido por un veterano de la quinta República conocido por ocupar y vaciar la cartera de siete ministerios quien no pudo soportar la imagen del blanco oso en la botella que el japonés sostenía entre sus manos. El pendenciero también llevó lo suyo por no recordar el célebre episodio de Pearl Harbor; los japoneses serán callados pero no pendejos.
Quién sabe que habrá de cierto pero circula el rumor entre los locales de que la creciente comunidad de expatriados, o mejor dicho de los que se quedaron sin patria que saquear, planean con sus antiguos amigos radicales -ahora meros aliados circunstanciales- construir un reactor nuclear en la cercana Hiroshima. Sobrada experiencia tienen en materia de destrucción masiva; a Dios gracias Vladimir, el de la una, y los otros constituyentes, algunos de los cuales residen ahora en estos predios, incluyeron en la Carta Magna mecanismos que permitieron, a pesar de todas las dificultades y del TSJ, evitar la hecatombe que bombas como las rojas pueden causar.
Sin más que contar por los momentos de este apartado rincón del mundo que, temeroso de una segunda destrucción mira con cautela a sus nuevos habitantes, se despide quien como ustedes sobrevivió a la barbarie revolucionaria. Espero que este 2017, que apenas comienza, sea el año del renacimiento de un país que ya tuvo demasiadas Hiroshimas y que espera que aquellos que tanto mal hicieron se queden aquí en Nagasaki, es decir bien lejos.
PD: Comienza a escasear aquí el papel tualé. ¿Será que el temor ha aumentado las necesidades fisiológicas de los recién llegados o que la guerra económica los persigue a donde vayan?
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