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Cuando la prensa alemana escribió que La isla púrpura era la primera llamada a la libertad de expresión que tenía lugar en la Unión Soviética, dijo la verdad, dijo en 1929 el periodista Mijaíl Bulgákov, escritor de la famosa obra. La isla púrpura es una sátira a la censura estatal soviética, pero también de otros mecanismos de injerencia más sutiles. Los bolcheviques antes de llegar al poder, se preocupaban por la censura realizada por el Gobierno del zar Nicolás, pero una vez instalados en él, aplicaron la misma medicina, dizque para resguardar “los secretos de la guerra”.
Antes de asumir el poder, Lenin tachaba la censura de “asiática” y pedía a los trabajadores que protestaran por las funciones de la censura. Todo señalaba a que la libertad de palabra iba a ser plena en la nueva sociedad y el Estado nuevo. Sin embargo, el funcionamiento de la censura desde sus principios destacó por su rigor intolerante. Desde octubre del 1917 hasta junio del 1918 dejaron de existir aproximadamente 470 periódicos que representaban la opinión política de la oposición.
Durante el régimen leninista, las traducciones que llegaban a publicarse debían omitir cualquier crítica sobre el sistema comunista porque eran consideradas “dañinas” para la ideología del pueblo soviético. Para ellos, cualquier crítica era catalogada de enfermedad y algunos escritores eran enviados al psiquiatra. Las traducciones de las novelas que se llegaban a publicar debían estar acompañadas de un prólogo educativo que aclaraba la obra desde el punto de vista de la ideología del marxismo-leninismo.
“En los países marxistas, muchos de nosotros tenemos una sensación de que hay alguien que nos observa, que recopila toda la información necesaria para ver si vamos en contra del Estado. Los medios de comunicación, las noticias de la televisión, las tertulias en la radio, todo apunta a que cada uno de nosotros es una simple marioneta en la escena dirigida por los mandones de turno”, llegó a decir un dirigente opositor vinculado a la crítica literaria
Este atropello contra los derechos fundamentales del ser humano es muy común en la Rusia actual, heredera de la Unión Soviética, pero también en la Venezuela revolucionaria. La mentalidad y el pensamiento humano se forman bajo la influencia de los medios sociales de la comunicación. Si éstos permanecen controlados por el Estado, es fácil esclavizar mentalmente a las personas, ya que, solo obtienen la información que es filtrada, verificada y aprobada por censores que tienen la potestad de clausurar medios de comunicación independientes.