sábado, diciembre 14, 2024
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A sintonizar “La hora de que salgas”

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Maduro como si su popularidad estuviese en una galaxia menos estrellada, ha decidido tener su propio programa de radio. Lo ha llamado La Hora de la Salsa

Siempre he proclamado que tengo una incapacidad infranqueable para bailar salsa. Recuerdo las noches de desolación que con sigilo inadecuado, me escabullía para huir cuando en esas reuniones interminables, sonaba ese peculiar ritmo tropical y trataba de ahorrarme el disgusto de demostrar que poseo tristemente dos pies izquierdos para esos compases.

Ahora el Presidente volvió a tener otra de sus desdichadas ocurrencias de fantasía. Como si su popularidad estuviese en una galaxia menos estrellada, ha decidido tener su propio programa de radio. Lo ha llamado La Hora de la Salsa  y ha tenido el atrevimiento irreparable de hasta efectuar reflexivas sobre cantantes e interpretaciones intrincadas de clásicos de esa apasionante música. 

Mientras el país se desinfla en quebrantos y suceden las cosas más inverosímiles -como el que arresten a un pobre adolescente por robarse cinco auyamas, pero se camuflan a los narcotraficantes con el mayor de los desparpajos-, el mandatario nacional se hace el inmutable a la debacle, retoza impunemente con este ritmo popular y soñador, y sigue edificando con su discurso su nación socialista de artificio. El gobernante se ha dado a la tarea hasta de aprobar presupuestos en su programa y efectuar pormenorizadas reflexivas sobre el valor de la música para este pueblo compungido por el hambre. 

No importa si se incrementa la escasez de antibióticos en las farmacias, la canasta alimentaria familiar sube a alrededor de 430 mil bolívares, suspendan a Venezuela de Mercosur o el sector industrial apenas esté al 35 por ciento de su capacidad instalada, en esta nación complicada en su desquicio nos mandan a bailar salsa y en mi confusión, no atino a entender si esa imposición es más torpe que mi impedido talento de bailarín. 

Lo más caprichoso del asunto es que tienen la osadía de transmitir ese programa en la hora indigesta del mediodía, cuando los ardores gástricos se mezclan con la aparatosa sensación del desagravio y el tráfico se desgañita en el estruendo del colapso vial. 

No me he dado al disgusto de sintonizar tan desapacible transmisión radial. Tampoco a profundizar en domésticas disertaciones, si ese esfuerzo le servirá de algo a un Presidente con 80 por ciento de rechazo. Lo que sí agradezco es la invención centrífuga de los discos compactos y el mp3, lo cual me permite librarme del bochorno de escuchar al conductor de un país, preocupado más por la vida intrincada de Héctor Lavoe, que por las miles de familias famélicas que se alimentan de consternación y no cuentan con el infalible plato diario en la mesa.   

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