Adiós a la felicidad

En esa nueva etapa, nuestra sociedad puede asumir varias filosofías de vida, una de ellas es la del resentimiento, la cual está presente en muchos países vecinos

El venezolano siempre se ha asumido como una persona feliz, convencido que muchos extranjeros valoran su simpatía como una de las características que más recuerdan cuando visitan el país. Hasta no hace mucho con orgullo se decía “somos de los países más felices del mundo”, frase que contenía cierta picardía pues se decía a sabiendas que la realidad cotidiana haría infeliz a cualquier otra sociedad. Hasta nuestros humoristas han sabido captar esta paradoja de hombres y mujeres felices en medio de un contexto triste, y ni decir de las múltiples interpretaciones y análisis de expertos que señalaban que “ese era parte del problema”.

Esa felicidad también ha sucumbido ante el país inviable en el que se ha convertido Venezuela. Naciones Unidas publicó por primera vez su estudio sobre los países más felices en el año 2012, ubicando a Venezuela en el puesto 19 en el mundo y segundo en América Latina (solo superada por Costa Rica). Para el año 2016, el mismo estudio ubica a Venezuela en el puesto 44 en el mundo, y en la región en el décimo lugar. Esto sin duda hará respirar a más de un analista que no entendía cómo un país en crisis podía a la vez albergar a una población feliz. Pero más allá de lo anecdótico, lo cierto es que lo que ha ocurrido es profundo, el venezolano ha ido perdiendo la candidez.

Venezuela y quienes la habitan tuvieron un siglo XX relativamente tranquilo, más si se le compara con un continente convulsionado por dictaduras, crisis económicas, y hasta terrorismo. El país comenzó el siglo pasado relativamente pacificado, luego vinieron transiciones políticas propias de un país que empezó a transitar por la democracia, con sus retrocesos y cuotas de sacrificio personal en muchos casos. Particularmente durante la segunda mitad del siglo pasado un pequeño país ubicado al norte de Suramérica se asomaba como una promesa de desarrollo y por lo tanto atractivo para miles de extranjeros. En ese contexto la felicidad parecía natural.

Sin embargo, como si se tratara de un niño, esa sociedad venezolana fue inocente, y sin duda un tanto irresponsable. Hoy esos desvaríos han hecho estragos, hoy el país es como un adolescente que aún no encuentra su rumbo, y que en esa búsqueda está sufriendo. El resultado al final será sin duda una etapa de madurez, la cual puede llegar pronto o demorarse un poco más, pero sin duda el venezolano ya no será el mismo. En esa nueva etapa, nuestra sociedad puede asumir varias filosofías de vida, una de ellas es la del resentimiento, la cual está presente en muchos países vecinos; la otra es la del aprendizaje, y a partir de ahí construir un mejor porvenir, con mayor responsabilidad, y aspirando en algún momento volver a ser felices. 

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