
Lidiar
El bote agua que afecta a los habitantes del sector 10 de Jacinto mantiene atrapada a una familia que habita en una vivienda de vereda 12. Lo estrecho del corredor hace que el agua putrefacta siga el cauce que mantiene a los miembros de una familia atracada en sus "cuatro paredes".
Solo para llegar a la casa plantea un reto físico. Un puente improvisado por bloques a lo largo del pasillo solo da abasto para el paso de una persona a la vez. Para llegar a la residencia, existe una serie de condiciones en la familia Albarrán. Una es que la persona no pese más de 80 kilos, debido a la contextura; la otra es que no sea un anciano, por cuestiones de agilidad y finalmente que tampoco sea discapacitado.
Martha Albarrán, de 48 años, espera en la entrada. Ella vive allí, junto a siete personas que están expuestas a enfermedades respiratorias, dermatológicas, infecciones y “mala vida”. Para salvar a los más pequeños, los enviaron con un familiar. "Hace tres meses éramos 11, pero sacamos a los tres niños, de 12, siete y un año y medio porque empezaron a tener ataques de asma". Hoy, ella está allí con su esposo, hermano, un adolescente, su cuñada y dos adultos mayores.
Marginados
Mientras recibe a quienes los visitan, comenta del “martirio” y el “infierno” que les toca vivir desde que tienen el problema. "Protestamos hasta en la tarde, el bote sigue allí y el desastre también. Nadie vino y el hedor está día y noche. Hicimos varias cartas, pero nadie nos da respuestas”.
En la entrada hay un pote de cloro que permanece allí para echarlo sobre los zapatos de los "osados" que llegan a su hogar. Mientras trata de aplacar el mal olor, asegura que los niños también presentaron escabiosis porque son los que salen a comprar “el diario”.
En el primer cuarto permanece sentada en su hamaca Julia de Albarrán, una abuela de 98 años, quien se rasca constantemente. Ella nunca más pudo cobrar su pensión y mucho menos ir a las consultas médicas que con “urgencia” necesita, debido a que padece de párkinson desde hace ocho años. “Necesita ir al neurólogo y estamos muy preocupados porque no sabemos qué hacer. De cada rato tengo que echarle crema para la comezón porque no la aguanta”, relata una de sus hijas.
Comer es un problema porque las moscas son un visitante indeseado. Los zancudos y jejenes se apoderan de cada uno de los espacios y las “pesadillas por las noches” sobre lo que pueda ocurrir son frecuentes en todos los que viven en la casa.
Como los otros habitantes de la zona no pueden lavar porque el agua se les devuelve y los baños permanentemente se desbordan. Lo peor, según la mujer, es que al salir de la casa la situación no cambia porque las veredas 14, 16, 17 y 18 se ven afectadas y por más de medio kilómetro de aguas negras.
Más problemas
Propios y extraños curten su ropa de cal al pasar por la pared y la tubería del gas está tapada, presuntamente, por el bote de agua. La puerta principal de la casa y la del cuarto de Julia permanecen abiertas ante el incesante calor, pero no escapa del olor, sarpullidos y ronchas.
En el mediodía, deben sacar a la abuela de su cuarto y llevarla a la única habitación con aire de la vivienda para tratar de que no arrecie la comezón y la “desmaye” la fetidez, pero anhela y extraña la hamaca que la acompaña en sus “largas horas de aguantar la pudrición y picazón”.
Danny Pérez, presidente de Hidrolago, señaló que la cuadrilla que evaluó el bote de aguas determinó que el colector está roto y debe ser sustituido manualmente ante la imposibilidad de acceder la maquinaria. La tubería mide ocho pulgadas y tiene una profundidad de entre cuatro y cinco metros.
Pérez relató que la reparación está en programación, pero atienden una emergencia en Cujicito y Primero de Mayo. “Cuando empiecen los trabajos podremos determinar cuántos metros de tubería deben ser reemplazados”.