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Nicolás Maduro, como ningún otro gobernante de nuestra historia republicana, ofrece y propicia la mejor oportunidad a naciones, que desde siempre, han querido profanar nuestra soberanía para saquear nuestras riquezas. Si no revisemos los convenios con Cuba, China, Rusia y sus timoratas políticas con Guyana. La oposición se ha opuesto y ha denunciado con lujo de detalles, cada una de estas situaciones y anormalidades.
Hemos de aclarar que el régimen de Nicolás Maduro lleva la carga de una violencia impositiva, actúa con características propias de un gobierno de país invasor y colonizador: está supeditado a las órdenes de La Habana, es arbitrario y usurpador, tiene espías y una Fuerza Armada que parece de ocupación. Reprime, cruentamente a quien ose oponérsele, le importa poco el hambre y el sufrimiento del pueblo. Además, evita que algunos de sus funcionarios públicos y burócratas sean tocados por la justicia, así sean delincuentes. Si alguno por alguna razón o remordimiento de conciencia que le impida banalizar el mal y deja de ser consecuente con el Gobierno, éste lo ataca con guerra difamatoria, le aplica una extraña justicia, tan selectiva como intimidante, tan feroz como degradante.
Por ello un asunto patriótico es oponerse a una intervención militar del gobierno estadounidense, y otro, impedir que el gobierno de Nicolás Maduro use a su espuria ANC como patíbulo inconstitucional que tiene el objetivo de aniquilar la República, hacer desaparecer la democracia y establecer el totalitarismo. ¿Acaso la Comisión de la Verdad no fue creada por Maduro?¿Acaso no está compuesta, únicamente, por “constituyentes” afectos al régimen. ¿Por qué esta Comisión de la “Verdad” usa el odio y acusa a la oposición de los crímenes cometidos por los cuerpos represivos del Gobierno?¿Esto es justicia?
Por todos estos antecedentes, Maduro tiene una conducta proclive a la ilegalidad. Crea sin escrúpulos, todo su ardid inconstitucional, tiende trampas, celadas y realiza purgas para limpiar el camino de oponentes. Esto hace que el Estado pierda sus objetivos esenciales. Ahora bien para poder obtenerse este equilibrio es menester una justificación moral. Pero Maduro destroza el equilibrio y no tiene justificación moral para seguir frente al Gobierno. Su parcialidad política, lo hace desconocer, que la verdadera misión de un gobernante es conciliar, crear bienestar y seguridad social con criterio de inclusión cierta en los hechos.