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El 1 de mayo de 1957 fue leída una Carta Pastoral del arzobispo de Caracas, monseñor, Rafael Arias Blanco (1906-1959), donde exponía sin tapujos la preocupación de la Iglesia sobre el tema social durante el régimen de Pérez Jiménez.
La Iglesia a través de su jerarquía, y bajo el influjo de la doctrina social cristiana de ese entonces, decide entrar en sintonía con la realidad política del país. La “realidad sociológica” del país en ese entonces es presentada como sigue: “Nuestro país se va enriqueciendo con impresionante rapidez. Según un estudio económico de las Naciones Unidas, la producción per cápita en Venezuela ha subido al índice de 540 mil dólares, lo cual la sitúa de primera entre sus hermanas latinoamericanas, y por encima de naciones como Alemania, Holanda, Australia e Italia. Ahora bien, nadie osará afirmar que esa riqueza se distribuye de manera que llegue a todos los venezolanos.
“La Iglesia tiene el derecho y el deber de intervenir en los problemas”. En Venezuela, la Iglesia casi siempre fue retrógrada. Durante la Colonia estuvo al lado del rey y le dio piso ideológico a la dominación de las jerarquías, a través de su empresa evangelizadora. En el siglo XX empieza a recuperar la confianza perdida, y bajo el impacto de la “doctrina socialcristiana” desde León XIII hasta Juan XXIII, decide involucrarse en el tema político.
Las relaciones de la Iglesia con el régimen de Pérez Jiménez fueron “convenientes” hasta que prelados como Arias Blanco decidieron que ya era hora de entrar en sintonía con las reales necesidades del país. “… la Iglesia no solo tiene el derecho, sino que tiene la gravísima obligación de hacer oír su voz para que todos, patronos y obreros, gobierno y pueblo, sean orientados, para que todos los principios eternos del evangelio en esta descomunal tarea de crear las condiciones puedan disfrutar del bienestar que la divina providencia está regalando a la nación venezolana”.
En la Pastoral de Arias Blanco, no hay un mensaje radical ni revolucionario, por el contrario, el lenguaje que se usó es bastante contemporizador, aunque el impacto que tuvo en su momento, en una Venezuela carente de libre expresión, fue descomunal y contribuyó posteriormente a la defenestración del dictador el 23 de enero de 1958. La Iglesia en Venezuela, a través de monseñor Arias Blanco, y su valiente Pastoral, dignificó su rol y la convirtió en protagonista dentro de la era democrática que empezaba su andadura.