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Dice Nikos Kazantzakis que “las grandes leyes de la naturaleza son: no corras, no seas impaciente y confía en el ritmo eterno”. Pero nosotros cada vez estamos más obsesionados por la inmediatez, aunque podemos preguntarnos: “Si no sabemos adónde vamos, ¿para qué ir tan deprisa?”
La satisfacción inmediata ha sido el resorte que ha mantenido vivas a las nuevas generaciones, uniendo la infancia mágica con una adolescencia prolongada. Y ahora todos andamos en un sinvivir, habitados por la impaciencia, contagiados de prisas, repletos de deseos de cumplimiento inmediato y ansiosos de novedades que se sustituyen sin cesar.
El capitalismo, tan odiado, supo adaptarse para “desarrollarse como una verbena de consumo agregada a la fiesta del orgasmo, el antiautoritarismo, la aventura y el amor a la revolución”. El resultado fue la aceleración del placer consumista y del goce inmediato. Mutaron los valores burgueses del ahorro, la utilidad y la finalidad: “Frente al ahorro represivo, el gasto; contra la calculada utilidad, la inmediatez, y frente a la finalidad, la aventura. La reunión de estos tres elementos dibuja el triángulo de la cultura de consumo.”
La prisa y la impaciencia vierten pequeñas dosis de veneno sobre nuestra mente y nuestro corazón, de modo que ser impacientes constituye un factor de riesgo para nuestra salud tanto física como mental: aumenta la hipertensión y genera frustración, angustia, estrés acumulado, trastornos psicosomáticos y deterioro de las relaciones personales y laborales.
Entonces, ¿por qué somos impacientes? La impaciencia surge de nuestro interior cuando vivimos de forma inconsciente y suele ser un indicador de que no estamos a gusto con nosotros mismos. Es un síntoma de que no sabemos leer nuestras circunstancias y un signo de una creencia limitadora: que nuestra felicidad no se encuentra en este preciso momento, sino en otro que está a punto de llegar.
Pero la prisa no sirve para acelerar el ritmo de lo que nos sucede. Ante ella, solo podemos “vivir despiertos”: darnos cuenta de que no podemos cambiar lo que nos pasa, pero sí podemos modificar nuestra actitud y hacer sólo lo que depende de nosotros sin quejarnos de lo que depende de otros. Así llegaremos a comprender que todos los procesos que forman parte de nuestra existencia tienen su propio ritmo y que lo que necesitamos para ser felices ya se encuentra en este preciso instante y en este preciso lugar.