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El comportamiento decoroso y el respeto propio son características esenciales en el ejercicio pleno de la libertad; en la continuación del forjamiento del carácter y de la personalidad que definen a los chicos y a las chicas, como hombres y mujeres capaces de asumir sus propios destinos con responsabilidad e integridad.
Lo contrario sería un desenfreno en el modo de vivir y de actuar, una lamentable exposición al peligro y a cosas indeseables para la salud física, mental y moral. Porque ejercer la libertad sin dignidad es solo libertinaje.
La agitación de la adolescencia y la alegría de la juventud no son trabas para asumir con seriedad las cosas que lo merecen; cuando se debe tener consideración, aprecio y valoración por el propio cuerpo, la propia mente y la propia reputación.
Cuando los jóvenes empiezan a sentir la necesidad de independencia y autonomía e inaugurando alas de libertad en contra de aquello que obstaculiza sus ideas y pensamientos, una peligrosa corriente de aire puede estropearles el vuelo -la temeridad- , imponiéndose insensatamente la fuerza de la juventud sobre la canicie, pero como un tren descarrilado y sin destino seguro.
Los jóvenes que valoran su propia dignidad, le huyen a la impudicia, al vicio y a la inmoralidad; su preocupación es cultivar virtudes, sin dar entrada a la vanidad.
Crucial es mantener muy alta la autoestima, pues en la medida que te valores positivamente, en esa idéntica medida te estimarán quienes saben apreciar lo bueno y lo meritorio por sano y no por perverso.
La disposición mental y espiritual que configura la personalidad debe ser reflejo de una actitud comprometida con mejores ideales, distintos a aquellos que lleven a la crápula.
Por eso joven, por tu propio bien y por tu futuro, debes observarte y juzgarte drásticamente respecto de lo que has hecho, haces o estás haciendo con tu vida y corrige el rumbo en caso de estar desviado. Entonces, si lo que piensas de ti tiene valor, síguelo haciendo. Si no es momento de cambiar y enfocar tu atención en crecer, en evolucionar. Quien sabe quererse no se degrada, no busca su destrucción ni se coloca el precio de un perol.
“La dignidad es el respeto que una persona tiene de sí misma y quien la tiene no puede hacer nada que lo vuelva despreciable a sus propios ojos”. Concepción Arenal (1820-1893), escritora española.