En Latinoamérica, en el norte del sur, existió un país llamado Venezuela. No era perfecto, pero teníamos luz, agua, medicinas, arepas y papel higiénico. Creíamos en un futuro, teníamos esperanzas de progresar. Ese país ya no existe, ni siquiera cuenta con militares que lo defiendan del invasor castrista
No soy de los que afirman que todo tiempo pasado fue mejor. Aprecio la modernidad; los avances científicos; las causas justas que la evolución de la sociedad ha defendido y el progreso tecnológico que nos facilita la vida.
Si estas cosas no se hubiesen producido, no tendríamos antibióticos e innumerables medicinas para curar pestes, epidemias y enfermedades. Tampoco las comunicaciones hubiesen alcanzado el grado de desarrollo y rapidez que existe, no tendríamos teléfonos, Internet, vehículos, trenes o aviones.
Entendiendo el progreso, como el resultado positivo de la actuación de la sociedad. Un resultado que no es ajeno a la responsabilidad individual, ya que es el hombre quien, en definitiva, es su autor. No todo lo que hace el hombre moderno es bueno. No lo es cuando destruye la naturaleza, especies o la atmósfera; tampoco cuando utiliza armas nucleares o biológicas.
En Latinoamérica, en el norte del sur, existió un país llamado Venezuela. Una patria con sensibilidad social, con fe y alegría, con corporaciones de desarrollo regional. Con trabajo, con mercados donde se encontraba comida. No era perfecto, pero teníamos luz, agua, medicinas, arepas y papel higiénico. Creíamos en un futuro, teníamos esperanzas de progresar.
Ese país ya no existe, ni siquiera cuenta con militares que lo defiendan del invasor castrista. Se extravió el día que confundió progreso con bota militar, el día que permitió que sentimientos como el odio y la venganza entraran en su corazón y decidieran su futuro.
La Venezuela de Bolívar, Bello, José Gregorio, Soto, Ramos Sucre, Sofía, la del tío Simón, Convit o Duarte, dejó paso al país de Maduro, Diosdado, El Aissami, Makled, Ramírez y los narco-sobrinos.
Pasó de tener ejemplos de inspiración, a sufrir las consecuencias de una dictadura. Heredaron una tarea, destruir el Estado de derecho para culminar la herencia del chavismo. Maduro definitivamente perdió la guerra en el corazón del pueblo, quien hoy en día con horror, reconoce su error, como presagio a la explosión social apenas contenida.
Necesitamos ciudadanos que asuman valores trascendentales y su responsabilidad. Necesitamos aliados de adentro y de afuera, necesitamos uniformados que abran las puertas de la fortaleza anti-histórica; la que impide el progreso, la autodeterminación y la libertad. Detener la involución es cuestión de vida o muerte… entonemos la letra del Himno Nacional con una sola voz, necesariamente unida… hacia la Bastilla venezolana.