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LUZ conmemoró esta semana una de sus fechas más emblemáticas, sino la más. La reapertura de sus puertas en 1946, luego de 42 años de oscurantismo por caprichos del poder nacional, simbolizó la superación de una adversidad maliciosa. La Alma Máter volvió a honrar su propósito formador, amparada siempre por la fortaleza de su historia.
Esa fecha debe formar parte de nuestra memoria colectiva como un pasaje simbólico. Se antoja como un emblema mayúsculo que nos permite recordar lo que fuimos, lo que perdimos y lo que debemos recobrar. En aquellos tiempos la nostalgia social por esa LUZ incandescente y productiva fungió como despertador ante el letargo.
Fue una época donde esa nostalgia de cuatro décadas de edad terminó catapultando a una casa de estudios pujante, saludable y fructífera. Parece una ironía: que la centenaria Universidad del Zulia conmemore semejante hito justamente con sus puertas entreabiertas en el marco de un conflicto laboral de sus docentes y de una crítica circunstancia presupuestaria.
En la sociedad hoy reina, como en otrora, el añoro de una era dorada donde la educación de calidad y la producción agroalimentaria estén garantizadas, mientras la justicia, la salud y la libre expresión sean verdaderos sostenes de la nación. Bien podría estar escribiendo sobre la misma era.
Y LUZ puede colaborar superlativamente en la recuperación republicana. Lo ha hecho desde tiempos inmemoriales y está llamada a una nueva conquista con el escudo de la educación. Ella ha superado un sinfín de adversidades, manteniendo incólume durante más de un siglo su sentido académico cualitativo, como lo esperan la sociedad, sus alumnos y el Estado.
Basta ya de nostalgia. Con ella no se reconstruye. Solo sirve como débil eslabón para la esencia institucional y colectiva. Es momento de sacar rédito de cualquier melancolía. No habrá acecho que dinamite a nuestra universidad.
LUZ está atada a ese deber de lealtad a la sociedad. Que esa sea de nuevo una gloria escrita en las páginas de su historia. De eso se trató su reapertura y en eso se fundamenta hoy su existencia. Que nunca sea un territorio habitado a medias; que siempre sea una tierra fértil de humanismo, moral y sapiencia. Es hora de abrir, de nuevo, de par en par sus puertas.